Capítulo 4
—Desde luego, no sé cómo puede
dormir con esta claridad.
—Magui, la claridad no es un
problema, el que tiene sueño duerme y punto.
—Lo que tú digas, pero yo, si
no tengo oscuridad, no puedo dormir. Mira, fíjate, está sonriendo, me da pena
despertarla.
—Déjala dormir un poco más.
—Ni de broma, mira cómo
sonríe, si hasta está suspirando, me muero por saber qué está soñando. Bueno,
qué, ¿le cantamos “cumpleaños feliz”?
—Ni de coña, yo no canto.
—Qué sosita eres, Sendra, de
verdad. Nora, Nora, despierta perezosa.
—Déjame un poco más —le dije tapándome la cabeza, intentando seguir con el maravilloso sueño.
—Venga, gandula, que
llegaremos tarde. ¿Recuerdas...?
desayuno con tu madre.
Di un salto en la cama, me quedé sentada, y un
poco aturdida.
—¿Mi
madre, hoy? ¡Hoy es mi cumpleaños! —le dije mirándolas a las
dos.
—Sí, señorita doña mayor.
Felicidades —me dijo Sendra, abrazándome.
—¡Felicidades, cielo!, ¿qué se
siente siendo mayor de edad? —me preguntó Magui, mientras
me besaba en la mejilla. Me miré el cuerpo y le dije:
—La verdad, no veo ningún
cambio; tráeme un espejo. Quiero ver si me ha salido alguna arruga —Magui me tiró un cojín.
—Muy graciosilla —dijo cogiendo una caja del suelo. Esperamos que te guste —dijo, poniéndola en mi regazo.
—Chicas, no teníais por qué
hacerlo
—No digas tonterías. ¿Quieres
abrirlo ya? Los paquetes están para romperlos —me
insistió Magui. Desgarré el paquete entre risas que se quedaron en el aire en
cuanto lo vi.
—Se han pasado —dije mirándolo atónita. ¡Un portátil!
—Ya puedes tirar la máquina de
escribir con pantalla que tienes ahí —dijo Sendra señalando
el escritorio.
—Gracias, de verdad —les dije abrazándolas.
—Por cierto, ¿qué estabas
soñando? Tenías una cara que daba pena despertarte —me
dijo Magui.
Abracé el cojín, sonriendo.
—El sueño era en el mismo
sitio que en el de ayer, en lugar de ustedes había un chico, hacía mucho calor
y me bañé en el lago; el agua era limpia y cristalina.
—¡Un chico!, ¿qué chico?, ¿uno
que nosotros conozcamos?
—Tranquila, Magui, te va a dar
algo. No, no lo conocemos o por lo menos, yo no, pero les advierto a las dos —les dije, señalándolas con el dedo. Como semejante monumento se cruce
en mi camino, me tiro a la yugular de la que se ponga en medio.
—Vale, vale, pero sigue contando —dijo Magui dándome
prisa.
— Bueno, ¿por dónde iba? Ah,
sí. Me estaba bañando, salí corriendo del agua, me tiré en el prado riendo. El
cielo estaba completamente azul, el sol hizo que cerrara los ojos, él se sentó
a mi lado, estaba de espaldas. Chicas, esa espalda era un auténtico lujo,
hombros muy anchos, cintura estrecha y… ¡qué brazos! En mi vida, ni en sueños,
había visto semejante escultura. Le rocé la espalda suavemente, él se giró con
una flor en la mano, comenzó a acariciarme la mejilla con ella, mientras me
decía palabras muy dulces. Yo cogí la flor y la olí; no podía verle la cara porque
estaba entre el sol y yo, pero los abdominales eran increíbles, ¡menuda tableta
de chocolate! Se fue acercando muy despacio, sentía que me faltaba el aire, el
corazón me latía con fuerza, y cuando tenía sus labios a dos milímetros de los
míos… ¡van ustedes y me despiertan!
—Te lo dije, Magui, tenías que
haberla dejado dormir un poco más —dijo Sendra riendo.
—Lo siento, lo siento, no
volveré a despertarte si te veo con esa cara otra vez; lo juro. Es tan
romántico, un baño en un lago, tomar el sol con un caballero de flamante
armadura. Sendra se dio unos
toquitos en los oídos y dijo:
—¿Me he perdido algo o estoy
un poco tocada del oído? Creo haber entendido que no llevaban ropa.
—Cállate, Sendra, es una forma
de expresarse. Esta noche la que se toma la infusión soy yo.
—Creía que eran adictivas.
—Y lo son, pero si todas las
noches sueño cosas así, no me importaría engancharme.
—Yo casi prefiero buscarme uno
de carne y hueso pero… ¡a falta de pan…! Bueno, chicas, son las nueve; tenemos
que darnos prisa, si queremos llegar antes que Ros.
Corrimos
las tres a nuestros respectivos baños. Yo me puse el vestido y los zapatos que
había comprado el día anterior, me miré en el espejo; el vestido me sentaba
genial, tenía unos tiros muy finos que se anudaban al cuello, se ajustaba
perfectamente al cuerpo. Me llegaba por debajo de la rodilla, dando un toque
formal. Los tacones eran un poco altos, pero el vestido lo requería. Me dejé el
pelo suelto, solo me sacudí un poco los rizos, puse un poco de rimel y brillo
en los labios como maquillaje. Volví a mirarme en el espejo, aprobando lo que
veía. Cogí el bolso, ajusté mi brazalete y salí al salón. Sendra ya esperaba,
llevaba unos pantalones ajustados, con una blusa de gasa de tiros, el pelo lo
tenía recogido en una coleta muy alta que marcaba todas sus facciones. Como
complemento solo llevaba el brazalete y el anillo que nunca se quitaba, sin más
adornos; estaba increíble.
—Sendra, estás preciosa. —Ella se giró para que la viera.
—Todo para que Magui no me dé la
vara, aunque me da que hoy todas la chicas que estén a tu alrededor vamos a
parecer fregonas. Estas guapísima, desde luego si quieres impresionar a tu
madre lo vas a conseguir.
—¿Estoy bien, tú crees? ¿No me
he pasado un poco? —le pregunté, alisándome el vestido con las manos.
—¡Qué va!, la ocasión lo
requiere. Estás genial, en serio.
—Estoy un poco nerviosa. Por
cierto, ¿dónde está Magui? —Sendra puso los ojos en
blanco.
—Vistiéndose todavía. El día que se case, se pasará tres días
preparándose. —Se acercó a la puerta del salón y gritó:
—¡Magui, vamos a llegar tarde!, ya son las diez y cuarto.
—¡Un minuto, ya salgo!, vete llamando un taxi —exclamó desde su dormitorio.
Sendra protestó algo por lo bajo en lo que
cogía el teléfono y marcaba. Estaba hablando con la operadora cuando Magui
salió. Se había puesto un top con unos pantalones muy ajustados, con un
cinturón muy ancho que le caía en la cadera. El pelo lo tenía medio recogido
con un montón de trenzas. A pesar de que le encanta la bisutería, solo llevaba
el brazalete y un colgante con unas pequeñas mariposas que se unían las unas
con las otras formando un círculo. Salió con dos pares de zapatos en las manos.
—¡Vaaaya!, eso sí es estilo
—dijo dando vueltas a mi alrededor—. Me has dejado sin palabras, estás
fantástica; cuando sea mayor, quiero ser como tú.
—Tú sí que estás increíble.
¿Te has mirado al espejo?
— Soy muy vanidosa, Nora; sí,
varias veces. ¿Estoy bien, de verdad? ¿Qué zapatos me pongo, los Manolos o los Jimmy Choo?
Sendra se acercó a ella, cogió los que tenían
los tacones más altos y los tiró detrás del sillón.
— Este Manolo tiene pinta de
ser un tipo guay. Vamos ya, el taxi está esperando. —Magui miró dónde habían caído sus zapatos.
—¡Burra!, esos son mis Jimmy Choo. Valen una pasta; me pasé
llorando todo el verano pasado para que mi padre me diera el dinero para
comprarlos.
—Pues, ya tuviste que llorar —le dije en el momento de abrir la puerta. Magui se puso los zapatos y
cogió el bolso mientras seguía protestando. Cuando llegamos a la garita de
seguridad, Marcos nos estaba mirando. Desde luego dábamos el cante.
—Buenos días, señoritas. ¿A
qué se debe semejante despliegue de belleza?, ¿celebrando el fin de curso?
—No, Marcos; aquí nuestra querida Nora cumple los dieciocho hoy. Vamos a
pasar el día con su madre —le dijo Sendra con una gran
sonrisa. Era extraño, ella no solía ser tan sociable con la gente, pero a
Marcos le tenía un cariño especial. Marcos me dedicó una de sus sonrisas.
—Felicidades, Nora,
disfrútelo, los años pasan volando y cuando se quiera dar cuenta, está uno
mayor.
—Muchas gracias, Marcos; lo
tendré presente.
—Miren, chicas; el taxi ya
llegó. Ciao, Marcos; recuerdos a su
señora.
—Se los daré, Srta. Sendra.
Vayan con cuidado, salude a su madre de mi parte.
—Lo haré, gracias.
Miré el reloj cuando subimos en el taxi. Con
suerte si no pillábamos atasco, llegaríamos antes que mi madre.
Cuando entramos en el Calipso eran la once
menos cuarto. Eché un vistazo a las mesas buscando a mi madre, cuando se acercó
Ángela.
—Pero, bueno, Nora, estás rompedora. Perdonad, chicas, pero está claro
quién es la reina hoy.
Magui le dio un codazo a Sendra riendo y le
dijo:
—Nosotras no lo ponemos en duda. ¡A que está divina!
—Cielo, divinas están ustedes,
sin ofender. ¡Ella está explosiva! Hoy entre las tres me llenan el local. —Sentí que toda la sangre se me subía a la cara.
—Menos cachondeo, no es para
tanto.
—Lo que tú digas, cielo, pero
si para estar así hay que cumplir los dieciocho, yo le doy al avance rápido ya
mismo.
—Gracias, Ángela. Por cierto,
mi madre no ha llegado, ¿verdad?
—No ha llegado aún. Tienes tu tarta preparada; lo prometido es deuda.
Así, mis queridas damas, si me acompañan, tienen la mejor mesa reservada. —Nos sentó en una esquina apartada del comedor; la mesa estaba junto a
una ventana.
—Desde aquí podrás verla
llegar. ¿Les pongo algo mientras?
—Para mí, no. Prefiero
esperar, ¿ustedes, chicas?
—Esperamos. Gracias, Ángela. —le dijo Sendra, después de mirar a Magui. Ángela se fue a atender a
unos clientes en lo que esperábamos a mi madre.
—¿Qué hora es, Magui?
—Las once. Ya tiene que estar
al llegar; tu madre es doña puntualidad.
—No como otras. —Dijo Sendra mirando a Magui.
Ya habían empezado con el pique personal,
cuando me puse a mirar por la ventana. Hoy no había mucha gente paseando, algún
peatón que otro y en la carretera apenas pasaban coches. La vi doblar la
esquina. Estaba preciosa; tenía una falda y chaqueta azul turquesa y el pelo
recogido en un moño; en las manos llevaba una cajita.
—¡Chicas, ahí viene!
Me levanté de la silla y la saludé con la mano.
Ella se paró en la carretera al verme, saludó con la mano mientras sonreía. Me
quedé paralizada; de la esquina salió un coche deportivo negro. En el capó
tenía uno de esos emblemas de metal; no identifiqué cuál era, solo vi el brillo
del metal. Iba demasiado rápido; mi madre se giró, pero no se movió. El coche
aceleró dándole un fuerte golpe. Lo vi todo como en una película a cámara
lenta; no pude evitar el grito.
—¡Noooooo!
Corrí hasta llegar a ella, mientras veía
desesperada, como su cuerpo rodaba por el coche hasta caer al suelo. Magui y
Sendra lo hicieron detrás de mí. Me arrodillé a su lado, tenía ese metal
enterrado en el estómago, dejando una gran mancha de sangre en su ropa. El
cuerpo me temblaba por la angustia, tenía la cara bañada en lágrimas, le cogí
una mano, no sabía qué hacer. “No, mi madre no; ¡por Dios, ella no!”
—Mamá, por favor; no te
muevas, por favor. Enseguida vendrá una ambulancia, te pondrás bien, no te
muevas. —Levanté la cabeza. Magui y Sendra estaban
petrificadas. Volví a gritar:
—¡Llamen a una ambulancia! —Apoyé mi frente en la suya y le rogué:
—Por favor, mamá, aguanta. La
ambulancia vendrá enseguida, te pondrás bien.
Ella tosió; de sus labios salió un hilo de
sangre, me sonrió con una mueca de dolor, tenía los ojos vidriosos.
—No, tesoro, ya es tarde —dijo con voz débil.
—No, no es tarde. La
ambulancia vendrá enseguida, te pondrás bien.
—Escucha, Nora. No me queda
mucho tiempo, necesito que entiendas que todo lo he hecho por tu bien.
—Lo sé, mamá; no hables,
tienes que aguantar. —Las chicas se arrodillaron junto a mí. Sendra puso su mano en mi
hombro.
—Nora, es importante que
prestes atención. Tienes que protegerte, confía en ellas, te mostrarán el
camino.
—Estás delirando, mamá, no
hables, hazlo por mí.
—Magui…
—¿Sí, Ros? estoy aquí —dijo apretando la mandíbula.
— Llévala a casa, es la hora.
Vendrán más.
—Lo haré, aunque me cueste la
vida —le contestó, mientras le sujetaba una mano.
Volvió a toser, estaba muy pálida y su piel se
había puesto fría. Sentí que me ahogaba, me temblaba el cuerpo, mi madre nos
miró.
—Gracias por todo, chicas. Nora, te quiero. —Cuando
sus ojos se cerraron, grité con angustia, le di golpecitos en la cara.
—No, mamá, no te desmayes.
¡Mamá, mamá! —Sendra me sujetó por los hombros.
—Para, Nora. Ya es tarde, se
ha ido.
—No, solo se ha desmayado, se
pondrá bien —le dije sacudiendo los hombros para que me
soltara.
Magui seguía donde estaba con las mandíbulas
apretadas. La miraba fijamente, como si quisiera decirle algo. Se quitó el
colgante y lo puso sobre el pecho de mi madre. Me quedé paralizada; el rostro
de mi madre comenzó a cambiar, sus canas desaparecieron, se convirtió en
segundos en la mujer que recordaba de mi niñez. Del colgante salió una enorme
luz blanca y su cuerpo se fue desintegrando. Magui se levantó alzando el dedo
índice, señaló el colgante y comenzó a hacer círculos; el cuerpo de mi madre se
fue disolviendo. Aparecieron pequeñas escamas blancas revoloteando, como si
fuera un pequeño tornado de pétalos de flores. El cuerpo de mi madre, que
minutos antes estaba tendido en el suelo, había desaparecido, no quedaba ni las
ropas. Se giró hacia la gente que estaba mirando, abrió las dos manos e hizo un
gesto hacia ellos. Ángela entró en la cafetería como si no recordara lo que
hacía en la calle. El resto de la gente se quedó igual que ella, unos entraron
en la cafetería ocupando sus mesas, y otros continuaron caminando. En el suelo
no quedaba nada, salvo el colgante de Magui, el que siempre llevaba mi madre, y
el trozo de metal que minutos antes tenía enterrado en el estómago. Magui los
recogió, se colgó los dos colgantes y ajustó en su cinturón el trozo de metal.
Sendra me sujetó por la mano.
—Vamos, Nora. No podemos hacer
nada más por ella.
—¿Que no pueden hacer nada? Y
esto, ¿qué es?, ¿qué ha pasado aquí? —dije histérica.
—¡Cielo!, no te preocupes. Te
lo explicaremos todo, confía en nosotras. Tenemos que irnos.
—¡Y una mierda! No me voy a
ningún sitio sin mi madre. —Caí al suelo abrazando mis
rodillas. Magui se arrodilló a mi lado. Su voz sonó severa, nunca me había
hablado así.
—Escucha, Nora. Sé que no
entiendes nada de lo que ha pasado, pero o mueves el culo ya, o lo último que
vas a ver antes de morir, es a Sendra y a mí convertidas en escamas. Sendra me
levantó y lo vi. El tipo de ayer venía hacia nosotras con dos tíos más
caminando detrás de él. Sendra hizo un ruido muy raro, como un gruñido, me
sujetó por la muñeca y dijo:
—Corre, Nora.
Corrimos, como alma que lleva el diablo, calle
abajo. Fuimos sorteando casas, hasta que llegamos a un callejón. No tenía claro
por qué les hacía caso después de lo que había visto. Sendra me puso detrás de
ella y gritó:
—¡Magui, abre el portal!
—No. Si lo hago ahora,
entrarán con nosotras.
Sendra miró a su alrededor, cogió una barra de
hierro que estaba tirada en un montón de basura. Los tipos entraron en el
callejón con una sonrisa triunfal; el que me había seguido ayer se quitó las
gafas. El aire se me atascó en la garganta; era el mismo rostro de mi
pesadilla.
—¡Vaya, vaya, vaya, señoritas!
Veo que se han arreglado para la ocasión.
No me podía mover. Magui y Sendra estaban
delante de mí. Sendra, con una mano en la espalda sujetando la barra. Magui les
dijo con su voz cantarina de siempre:
—Por favor, no nos hagan daño,
les daremos el dinero. Los tres rompieron a reír.
—No queremos dinero, pequeña.
—Entonces, ¿qué quieren? —dijo Sendra, con voz asustada
—Realmente, solo queremos a
Nora —dijo señalándome con la barbilla. Mientras se acercaba, miró a Magui.
— No queremos daños
colaterales. ¿Por qué no son buenas y se van a casa? Aquí, mi amiga Nora y yo
tenemos un asunto pendiente. —Magui se acercó un poco al
que hablaba.
—Pues, a mí que me da que no
te conoce de nada.
—Lo va a hacer muy pronto. No
te preocupes; le haré un resumen antes de matarla como a su mamá.
—Lo siento, chaval, pero va a ser que no —le
dijo antes de saltar. Giró sobre su cuerpo y le dio una patada en la cara. El
tipo se tambaleó, mientras ella caía en el suelo de pie, y con los puños
cerrados delante del pecho. Sentí que la mandíbula se me abrió sola. Sendra
seguía en la misma posición. De la nariz del tipo salió un hilo de sangre, se
limpió con el dorso de la mano.
—¡Vaya!, ¿qué tenemos aquí? Si
es una Karate Kid. —Sendra sacó la barra y se rió.
—No, guapetón. No tienes tanta
suerte; indudablemente tienes razón, alguien más va a morir, y te puedo
asegurar que no somos nosotras.
Magui empezó a saltar y a dar golpes a aquel
tipo. Él le lanzó un puñetazo en la cara tirándola al suelo. Cuando se agachó
para volver a darle, ella le sujetó de la mano y lo lanzó por el aire
empujándolo con los pies. Sendra le daba a los otros dos a diestro y siniestro
con la barra. Uno de ellos consiguió ponerse detrás sujetándola por los brazos,
levantó los dos pies dándole al que tenía delante y haciéndole besar el suelo.
Se dejó caer con fuerza de espaldas contra la pared, abandonando al otro en el
suelo. Sujetó la barra como si fuera una lanza y se la clavó en el pecho al
primero que había tirado. Cayó en el suelo con una gran mancha de sangre en el
pecho. Magui seguía dando y recibiendo golpes, sacó el trozo de metal que había
sujetado en el cinturón, enterrándoselo en el estómago. Acto seguido
desapareció; su cuerpo se convirtió en una nube de polvo de color gris. Recogió
el trozo de metal y miró a Sendra; esta seguía dándole golpes. El que estaba en
el suelo se levantó rasgándose la camiseta con fuerza. Tenía un gran agujero en
medio del pecho, se lo miró y comenzó a cerrarse. Dio un enorme alarido
mientras corría hacia Sendra.
Magui le lanzó el trozo de metal clavándoselo en la espalda, también se
desintegró. Sendra lo vio desaparecer y gritó a Magui, que ya estaba recogiendo
el arma.
—¡Eh!, lo tenía controlado.
—Sí, ya. ¡Vamos!, no tenemos
tiempo; vienen cinco más —le dijo, mientras le lanzaba
a Sendra el trozo de metal. Le dio una patada al tipo; al tiempo que saltaba y
cogía el metal, giró sobre su cuerpo y se la clavó en el cuello. También
desapareció.
—Si estuviéramos solas, te
dejaría jugar, pero te recuerdo que está con nosotras y ya está bastante
asustada. —Me miró y asintió.
—Dime cuándo entro.
Magui fijó la vista en una de las paredes, se
formó un punto negro donde estaba mirando. Fue haciendo un remolino mientras
crecía. De pronto lo que era negro se convirtió en un fogonazo de luz y
gritó...
—¡Ahora, Sendra!
Se acercó a mí, sujetándome con fuerza. De su
espalda salieron dos enormes alas blancas y se elevó unos centímetros conmigo.
—Pasa, ahora —dijo Magui.
Sendra asintió y voló hacia la luz a gran
velocidad. De pronto, todo se volvió oscuro.
Texto con derechos de Autor. GC-576-13
ISBN: 978-84-616-7818-8
ISBN: 978-84-616-7527-2
obra completa en:
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