Magui
Zhakos, tierras de
la luz
—Tranquila, Nora, todo acabará
en un segundo, respira despacio, no pasa nada, llegaremos, pronto.
No me di cuenta de
que hiperventilaba, hasta que fui capaz de escuchar la voz de Sendra. Seguía
todo oscuro, no sentía nada, ni frío, ni calor, ni dolor. Nada, supuse que así
se tendría que sentir una persona que estaba inconsciente. Un pequeño punto de
luz en aquella inmensa oscuridad hizo que me preguntara: cuando pierdes la
consciencia, ¿puedes ver algo? Evidentemente, no me había desmayado. Sentí que
las alas de Sendra se movían con fuerza, acercándose a ese diminuto punto de
luz que aumentaba de tamaño rápidamente. Esta vez pude notar cómo nuestros
cuerpos soltaban pequeñas chispas al atravesarlo. La intensa luz se convirtió
en una densa niebla. No, eso no era niebla. ¡Por Dios, eran nubes! Estas dieron
paso a una gran extensión de árboles, volamos muy cerca de las copas. Llegamos
a un gran claro, era el paisaje que había visto en mis sueños. Sendra sobrevoló
esta vez el lago haciendo un extraño ruido con su garganta, volvió al claro y
bajó muy despacio. Cuando me soltó en el suelo, mi cuerpo se tambaleó; Sendra
me sujetó sentándome con cuidado.
—¿Estás bien, Nora?
Mi cuerpo sufría pequeñas descargas, no podía controlar los temblores.
Con los ojos desorbitados le dije:
—¡Tienes alas, has volado! —sin poder apartar la vista
fija de ella. Sentí una mano en mi hombro, giré la cabeza y vi a Magui
arrodillada a mi lado.
—Tiene alas. Ha volado.
—¡Sí, cielo! No pasa nada, es su naturaleza. Todo está bien. Tranquila,
ya hemos llegado a casa, lo entenderás pronto. Respira despacio.
Pasaba la vista de la una a la otra. Detrás de
Sendra apareció otra figura, se parecía tanto a Sendra que pensé que veía
doble. Cuando se acercó, distinguí las diferencias. Esa mujer tenía unas canas
salteadas, aunque su rostro era jovial, tenía pequeñas arrugas de expresión.
Vestía una especie de túnica blanca sujeta en un solo hombro. Las alas le daban
el aspecto de un ángel.
—¿Sendra? —Ella se giró, dio dos grandes zancadas abrazándose
a ella, mientras decía:
—Madre, os he echado en falta.
—Y yo, hija, ¿estáis bien todas?
—Sí, madre, las tres lo estamos. ¿Cómo está mi hermano?
—Gracias a los Dioses, todos estamos bien.
La madre de Sendra dio un paso hacia mí. Me
abracé a Magui, ella se tensó un momento, me sonrió girándose hacia Sendra.
—Es
hermosa como su madre, pero se ve frágil.
—No, madre, no lo es. Está asustada, todo ocurrió muy rápido. Rhosling
no pudo contarle nada.
—¿Por qué?, ¿qué ha ocurrido?
—No lo sabemos, madre. Hoy era el día señalado, la interceptaron antes
del encuentro. —Sendra me miró como si temiese decirlo en voz alta—. Ella ha muerto.
—No puede ser, ninguno de nosotros puede morir en el mundo de los
humanos.
—Eso creíamos, madre, pero ha ocurrido. Ella y tres esbirros de Kragor.
Masghit y yo los matamos en la huida.
La madre de Sendra cerró los ojos, como si
sopesara lo que había escuchado.
—Tenéis mucho que contar, este no es el lugar adecuado. No, dadas las
circunstancias; hablaremos en la gran sala. —Ella
se giró y miró a Magui.
—Siento mucho la pérdida de vuestra tía, querida Masghit. La comunidad
entera llorará su falta.
Vi cómo Magui asentía con la cabeza, me sujetó del brazo tirando de él.
Solo me levantó un poco y volví a caer en el suelo; la miré.
—Las dos tienen alas. —Magui miró a Sendra y a su
madre. Con voz muy suave les dijo:
—¿Queréis adoptar la forma
humana? La estáis asustando. ¿No veis que no comprende nada de lo que aquí
ocurre?
—Madre, Masghit está en lo cierto, ¿podréis ayudarla? En su estado no
podrá caminar, y dudo mucho que me deje acercarme.
Ella asintió, se acercó a mí muy despacio,
tarareando una especie de nana, me quedé muy quieta. Colocó la mano en mi
frente, la tenía tibia. Continuó con la canción, su mano fue desprendiendo
calor poco a poco. Los párpados me pesaban, el cuerpo dejó de temblar hasta
alcanzar el sueño.
—¿Qué le habéis hecho?
—No os preocupéis, Masghit,
solo duerme.
—Déjalo, Magui, está muy
asustada. Será mejor así, yo la llevaré a casa.
—Hijas, ambas estáis muy
cansadas, llevad a la Princesa a su hogar, yo reuniré al consejo. Al ocaso os
mandaré a llamar, descansad y cambiaros; vuestra indumentaria no es la
apropiada.
—Madre, si no os importa, me quedaré con ellas hasta que despierte,
necesitará ver caras amigas cuando lo haga.
—¡Dormirá hasta el amanecer!
—Lo sé, madre. Aun así, preferiría quedarme.
—Os haré llegar lo necesario, id en paz.
—Vamos, Sendra, iremos atravesando el bosque, entraremos al norte del
castillo, no quiero cruzar el pueblo con ella desmayada.
Sendra cogió en brazos a Nora. Comenzamos a
andar. El camino que tantas veces había hecho, ahora me parecía eterno. No eran
más de quinientos metros, estaba cansada, tenía aún el trozo de metal en el
cinturón. Me paré en seco, arranqué unas hojas de un arbusto y comencé a envolverlo.
Sendra se paró observándome.
—¿Qué haces?, ¿te has traído
eso?
—Envolverlo; está claro, ¿no?
Tu madre tiene razón, no podemos morir en el mundo de los humanos, no con sus
armas. Lo peor que nos puede ocurrir es que nos dejen noqueados durante un
rato. Tú viste lo que le pasó al que le enterraste la barra de hierro. La
pregunta es: ¿por qué este pequeño trozo de metal nos mata tan rápido?
—Buena pregunta.
—Sí, lo es; espero que los
mayores tengan la respuesta. Entre tanto, prefiero cubrirla, no tengamos algún
accidente.
—Magui, siento mucho lo de
Ros.
—Gracias, Sendra. No paro de
darle vueltas. Si hubiéramos estado más cerca, quizás la podíamos haber
salvado.
—No te engañes, Magui. Sabes
que no podíamos hacer nada. Sea lo que sea esa cosa, está claro que es mortal
con solo rozarla.
—Lo sé —dije
en un suspiro. Todavía me quedaba lo peor: contarle a mi madre que su única
hermana había muerto. Sendra me sacó de mis pensamientos.
—¿Has oído eso?
—¿No?, ¿el qué?
—No sé, me estoy poniendo paranoica.
Continuamos caminando, esta vez en silencio. De
pronto lo escuché, nos tensamos acto seguido, nos pusimos espalda con espalda
cubriendo todos los ángulos, escrutando todos los árboles, preparadas para la
lucha.
—Ahora sí, lo he escuchado.
Texto con derechos de Autor. GC-576-13
ISBN: 978-84-616-7818-8
ISBN: 978-84-616-7527-2
obra completa en:
www.elcorteingles.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario