sábado, 29 de noviembre de 2014

Capítulo 7 y 8


Magui
7

Zhakos, tierras de la luz
Mirábamos hacia todos los rincones del bosque, espalda con espalda, buscando de dónde salía exactamente el ruido, lo volvimos a escuchar, oímos cómo crujían las hojas secas, eran pasos que caminaban sigilosamente.
Es solo uno, al Norte dijo Sendra, que continuaba con Nora en brazos. Comencé a desenvolver el arma despacio; era con lo único que contábamos. Puse mis sentidos en el punto de donde procedían los ruidos con el arma preparada.
¿Magui…? ¿Eres tú?
¿Papá…?
Lo vi salir de entre los árboles, dejé caer el arma al suelo y corrí a su encuentro, saltando a su cuello. Él me alzó por la cintura girando conmigo. Estaba increíblemente guapo, era más alto que yo. Su cara deslumbraba; me besó en la frente mientras me ponía en el suelo.
¡Eh, pequeña!, ¡que papá ya está mayor!
¿Eso quiere decir que tendré que esperar a hacerme mayor para estar así de estupenda? —dije mirándolo de arriba a bajo. Mi padre y yo siempre habíamos tenido una gran complicidad. Se hizo más fuerte cuando crucé al mundo de los humanos por primera vez. Él, junto con el padre de Sendra, fue de los primeros en hacerlo. Por eso, cuando volvía, era con una de las pocas personas con la que me resultaba más fácil hablar. Después de cruzar, a todos nos costaba mucho expresarnos como se nos había enseñado.
 Tú siempre has estado estupenda. ¿Cómo puedes pensar que hago las cosas mal? Eres la criatura más hermosa que he visto nunca. Crucé los brazos sobre mi pecho y le dije con un mohín:
A mis hermanas les dices lo mismo.
En mi defensa diré que también soy el padre de ellas, con lo cual… dijo encogiendo los hombros.
¿Qué me dices de mamá? Con ella también lo haces. Cogió mi mano, sonriendo.
Sin la belleza de ella, ninguna de ustedes sería tan hermosa.
Tienes demasiada labia como para reprenderte.Miró a Sendra y corrió hasta ella.
Perdona, Sendra, me dejé llevar. ¿Cómo estás?
Muy bien, Fáront. ¿Cómo está la familia?
Estupendamente, gracias. Y mejor desde que las tenemos a ustedes en casa. Disculpa, Sendra, deja, yo la llevo.
No te preocupes, es peso pluma y, si no he oído mal, estás algo mayor.
Sí, eso papito, igual necesitas apoyarte en mí.
Vamos, chicas, si estoy hecho un chaval.
—¿En qué quedamos? ¿Estás hecho un chaval o estás mayor? le dijo Sendra sonriendo.
¡Touché! contestó levantando las manos en señal de rendición—. No puedo con las dos. Vamos a casa, hijas.
¡Espera, la daga! Fui hasta donde la había dejado caer, cuando vi a mi padre.
¿Cómo sabías que estábamos por aquí?
Shamala fue a verme, me informó de lo que había ocurrido, supuse que si la Princesa estaba inconsciente, no irías por el pueblo. Miró la daga que llevaba en la mano—. ¿Es esa la daga que… que mató a Ros?Asentí con la cabeza.
¿Mamá lo sabe ya?
No, hija, pensé que ese dolor solo lo podía aliviar el tener a todas sus hijas a su lado. Tus hermanas sí lo saben, pero les he pedido que no le digan nada, hasta que llegáramos. Miró otra vez la daga.
Es muy pequeña, ¿cómo pudo matarla?
No lo sabemos, papá. Esperábamos que los mayores nos dieran alguna respuesta. Lo que sí es seguro es que es muy poderosa; puede matar con un simple rasguño.  Mi padre se rasgó un trozo de túnica, la cogió con mucho cuidado, envolviéndola.
Esto es algo que no habíamos visto nunca; parece que el poder de Kragor está aumentando. Vamos, tus hermanas no podrán engañar mucho tiempo a tu madre.
Caminamos en silencio hasta llegar al castillo. Mi padre llevaba su mano en mi hombro, era evidente que le preocupaba lo mismo que a mí: “¿cómo se lo tomaría mi madre?” Cuando llegamos, nos abrió las puertas mi hermana Felions. Era la más pequeña y la más parecida a mí; estaba ansiosa por cruzar al otro lado, pero mi madre se lo había prohibido. A ella no le gustaba la idea de cruzar al mundo de los humanos; fue por eso por lo que la tía Ros se encargó de la misión. Cuando Nora cumplió los catorce años, y su supuesta vida humana implicaba salir sin su madre, tuvo que ceder, aunque no fue de su agrado.
Pero ¿qué ven mis ojos? Estáis hecha toda una damita, ¿cuántos años tenéis?, ¿diez? Ella corrió hasta mí abrazándome.
Magui, ya he cumplido doce protestó, separándose de mis brazos. Le guiñé un ojo a mi padre.
Vaya, me estoy haciendo mayor, no soy capaz de recordar las fechas.
¿Qué os pasa, señorita?, ¿habéis perdido los modales? dijo mi padre mirando a Sendra.
Lo siento, padre. 
Felions la miró diciendo:
¿Cómo estáis, Sendra? Venid por aquí, os indicaré los aposentos de la Princesa.
Gracias, Felions, sois muy amable. Sí que estáis mayor, aunque yo no os hubiera calculado menos de quince dijo mientras entrábamos. Mi hermana se hinchó de pura satisfacción, subimos la gran escalera; Sendra continuó caminando detrás de Felions. Mi padre me sujetó del brazo haciéndome parar.
¿Prefieres que te espere aquí?
Gracias, papá. La verdad es que me gustaría que entraras conmigo.
Anda, ve, cámbiate de ropa. Ya sabes lo que opina tu madre del mundo de los humanos.
No tardaré dije en el momento en que me dirigía al dormitorio. Cuando entré, Nora estaba tumbada en la cama, entretanto Sendra le quitaba los zapatos.
No te preocupes, Magui, me quedaré con ella en lo que hablas con tu madre, ¿o prefieres que te acompañe?
¡No! Será mejor que te quedes con Nora. No es que dude de tu madre, pero estaré más tranquila sabiendo que estás con ella. Con la suerte que tenemos, igual el hechizo le dura unos minutos más.
Sí, con Nora nunca se sabe. Date prisa, tu padre tiene razón, a tu madre no se le puede engañar por mucho tiempo.
Esto va a ser duro. Mejor acabar cuanto antes dije mientras salía.
Corrí por el pasillo. Cuando entré en el dormitorio, Felions se encontraba preparándome la ropa. Se acercó diciendo:
—¿Cómo os quitáis estas prendas?
Le sonreí, mientras le acariciaba la mejilla. Le mostré el gancho del cierre.
Se llama cremallera. ¿Veis este pequeño trozo de metal? Si tiráis de él hacia abajo, se abre.  El top se abrió por completo bajo la mirada sorprendida de Felions.
¡Es estupendo!, ¿creéis que si lo llevo a los herreros podrían hacerlo?
No lo sé, todo es posible contesté quitándome los zapatos y los pantalones. Mientras me aseaba, ella me observaba sin decir nada, me esperaba con el vestido en las manos.
Vamos, hermanita, ¿en qué pensáis, que estáis tan callada? pregunté, mientras le quitaba el vestido, y me lo pasaba por la cabeza. Ella se puso a mi espalda y comenzó a atar los cordones que lo ajustaban.
¿Qué es eso que lleváis debajo?
Oh, se llama ropa interior. En el mundo de los humanos todo el vestuario es más pequeño.
Yo diría que minúsculo. Me corrigió mientras recogía el top y los pantalones.
Por cierto, tiradlo al fuego antes de que lo vea madre. Vamos, nos esperan. Ella asintió, tirando las prendas a la chimenea. Al salir, papá nos esperaba junto a la escalera.
Vamos, hijas, no lo prolonguemos más. Atravesamos los pasillos. Cuando estuvimos junto a la puerta, cerré los ojos y suspiré con fuerza.
 Tranquila, Magui, las malas noticias se llevan mejor cuando la familia está unida.
Abrió la puerta, la sala estaba iluminada por la luz que atravesaba las cristaleras. Las paredes de piedra estaban vestidas por óleos de hermosos paisajes. Los muebles eran rudos, de aspecto medieval y estaban salteados con pequeños ramilletes de flores silvestres que mezclaban su aroma con la leña que ardía en la chimenea. Tenía que ser de manzano, su olor era inconfundible. Mi madre estaba sentada en un sillón, junto al fuego, con un pequeño telar en las manos; a su lado, mi hermana Arist tocaba la lira. Dejó de hacerlo en cuanto me vio. Sonrió con tristeza; la noticia le había afectado tanto como a mí, ella tenía solo un años menos que yo. Para la tía Ros, al no tener hijos, éramos sus pequeñas consentidas, sentí una punzada de dolor que traté de ocultar.
¿Por qué dejáis de tocar, hija? dijo mientras giraba la mirada hacia la puerta. Sus manos temblaron, la cara se le iluminó. Era hermosa; no era de extrañar que mi padre la siguiera mirando como si fuera un jovencito. Su piel era pálida, con un pequeño rubor en las mejillas, y sus ojos los más verdes que había visto nunca. Se asemejaba tanto a su hermana que podrían pasar por gemelas. Se levantó corriendo hasta mí; sus movimientos eran delicados, parecía como si danzase.
¡Magui, has vuelto! ¡Oh!, estáis preciosa. ¿Cómo no me habéis avisado? Os hubiera ayudado yo misma a cambiaros. Solo los Dioses sabrán qué habréis traído puesto. ¿Habéis comido?, ¿estáis bien?
La abracé con fuerza, necesitaba sus brazos para afrontar lo se avecinaba.
Estoy bien, madre. Felions me ha prestado su ayuda. No os preocupéis. ¿Cómo estáis vos?
¿Que cómo estoy? Eso no importa. Sois vos la que habéis hecho tan largo viaje, habéis llegado antes del solsticio de verano, ¡qué alegría!, haremos una gran fiesta.
De pronto la alegría desapareció de su cara, nos miró a todos deteniéndose en mi padre. Me sujetó las manos diciendo:
¿Qué ocurre, Magui? Sé que algo ha pasado, puedo sentirlo, ¿es que algo le ha ocurrido...?  Fijó la vista en mi cuello; sus manos temblaron, cuando vio el colgante de Ros; lo tocó despacio, con miedo en los ojos—. Ros, ¿qué ha ocurrido?, ¿os tendieron una emboscada a la llegada?, ¿dónde está mi hermana? dijo con urgencia.
No, madre, ocurrió en el mundo de los humanos, los esbirros de Kragor… la mataron.
—¿Qué estáis diciendo? No pueden, eso no es posible  respondió con incredulidad. Miró a mi padre. Vos me lo habíais asegurado; ninguno de los nuestros puede morir en esa dimensión. Estará herida. Fáront, id a por ella, os lo suplico.
  Madre, murió en mis brazos, su cuerpo se desvaneció ante mí, conjuré la Magia para elevarla al reino de los cielos. Lo siento, madre.
Se quedó muy erguida, cerró sus ojos intentando asimilar lo que le había contado, una lágrima corrió por su cara. Era la primera vez en toda mi vida que había visto llorar a mi madre. Kragor pagará por esto y, por los Dioses, que lo hará pronto. La llevé al sillón donde había estado sentada. Había sido muy duro ver morir a Ros, pero decirle a mi madre que su única hermana había muerto de esta manera, me quemaba por dentro. Sentía como si una garra de fuego me rasgara. Me quité el colgante, se lo puse en las manos intentando no atropellar las palabras.
 Madre, no pudimos hacer nada, lo lamento. Si hubiera podido, habría dado mi vida por la de ella; os lo juro.
Mi madre dio un sobresalto por mis palabras. Por su cara corrió ahora auténtico dolor.
 No digáis eso, hija mía. Los hijos nunca deberían perecer antes que los padres; los Dioses saben que es mi ruego cada noche. Sé que habéis hecho todo lo que estuvo en vuestra mano por salvarla, no teníais que haberla visto morir de ese modo. Me acarició la mejilla con ternura diciendo:
La noche en que todo ocurrió, las dos sabíamos que una moriría protegiendo a la Princesa. Habíamos hecho un juramento de lealtad, que todos nosotros aún mantenemos; es nuestra obligación dar nuestra vida si es preciso por proteger la de ella. Apretó el colgante contra su pecho, mientras se ponía en pie; mi padre la abrazó—. Gracias, Magui, no sabéis lo que significa para mí que trajerais el colgante; es lo único que me queda de ella.
Salió de la sala sin decir nada, mi padre la sujetaba por la cintura. Me quedé ahí, de rodillas en el suelo, sin fuerzas para moverme. Arist se sentó a mi lado, puso su frente en mi hombro.
Dejadla, hermana, es justo que quiera llorar a su hermana en la intimidad.
Pero es tan injusto, hermana, fue tan duro verla morir dije abrazándome a ella.
Entretanto el mal continúe entre nosotros, nada será justo. Por eso es nuestra obligación luchar por el equilibrio. Algún día, hermana, veremos la paz.
Que los Dioses os oigan, querida Arist; os he echado en falta.
Yo también, Magui. Felions se acercó a nosotras.
Magui, deberías descansar un poco, quedan unas horas para el ocaso. Padre nos dijo que tendréis que ir a contar lo sucedido.
Felions tiene razón, id a descansar, lo dispondré todo para que toméis algo antes de iros.
Arist, podríais quedaros con la Princesa cuando me ausente. Shamala asegura que no despertará hasta el amanecer, pero aun así me quedaría más tranquila sabiendo que vos estáis…
Arist me tapó la boca con un dedo.
Y también querréis que mande a preparar un camastro para dormir a su lado.
Bueno, en realidad tendrán que ser dos. Sendra no quiere irse hasta que despierte, y asegurarse de que está bien.
Descuidad, hermana, así lo dispondré, id a descansar.
Me dejé arrastrar por los pasillos hasta el dormitorio. Nora seguía durmiendo. Sendra le había quitado la ropa poniéndole un camisón. La brisa que entraba del balcón era fresca, la cubrí con una colcha. Sendra estaba apoyada en la balaustrada. Se había puesto una túnica larga entallada al cuerpo, con finos cordones dorados; de esta salían dos anchos tiros sujetos en los hombros con broches, en los que estaba grabado el escudo de su clan. Me quedé a su lado. Desde ahí se podía ver todo el pueblo con sus pequeñas cabañas, de algunas salían columnas de humo de las chimeneas, a los ciudadanos andando de aquí para allá, humanos y seres mágicos unidos en perfecta armonía. Fijé la vista en la plaza, allí jugaban un grupo de niños, me concentré en los sonidos, y pude oír las risas de ellos. Sendra puso su mano en mi hombro.
¿Tan malo ha sido?
La verdad es que se lo ha tomado mejor de lo que esperaba. Supongo que eso es lo que me desconcierta, la vi luchar con sus sentimientos, reprimir su necesidad de gritar a los cuatro vientos su pena, y cuando vio la angustia en mis ojos, se lo tragó todo y empezó a consolarme.
Tu madre es muy fuerte.
Lo sé; la cuestión es si lo soy yo. Tengo ganas de gritar, de abrir el portal y matar a Kragor con mis propias manos, que pague con su vida la muerte de Ros, y el dolor de mi madre. Quiero venganza.
Magui, no es eso lo que nos han enseñado, nosotros estamos aquí para mantener la paz.
¡De qué paz me estás hablando, Sendra!, ¿de esa paz que mató a tu padre? Sendra tensó los hombros; me froté los ojos mientras suspiraba—. Lo siento, no debí decir eso, soy una estúpida. Sendra, tengo tanta rabia dentro de mí... Lo peor es que no sé cómo controlarla.
 No te culpo, sé lo que se siente. Cuando mataron a mi padre, yo misma me planteé todas las dudas que tienes tú ahora. Estuve a punto de cometer unos cuantos disparates, lo reconozco y era solo una mocosa.
 Pues hagámoslo, Sendra, acabemos con esto de una vez.
Magui, sabes que ese no es el camino, ahora más que nunca tenemos que permanecer unidos, no podemos evitar que nos hagan daño, pero sí aprender de ello. Nuestros mayores nos han enseñado el valor de las cosas, no podemos dejarnos llevar por la ira.
Ya, pero no deja de ser frustrante.
Sí que lo es, pero eso nos hace más fuertes. Vamos, entremos, empieza a refrescar, encenderé el fuego.
Nos sentamos en el suelo mirando el fuego; suspiré con fuerza mientras abrazaba mis rodillas con la vista fija en las llamas.
¿Cómo crees que reaccionará mañana cuando despierte?
No lo sé. Normalmente cuando mi madre utiliza ese conjuro, duermes relajadamente, te despiertas con la mente clara y con energía, es como una de esas infusiones tuyas.
¿Normalmente? dije mientras me levantaba, y me acercaba a la cama. Sendra continuó sentada.
¿Ves su cuerpo? Está dormido, aparentemente relajado, pero puedo sentir el conflicto interno que tiene. Si tuviera los ojos abiertos, lo verías también tú.
¿Está sufriendo?
Yo diría que bastante, se debate entre lo real y lo irreal y, sobre todo, la muerte de Ros; para ella es su madre la que ha muerto. No me extrañaría que empezara a gritar de un momento a otro.
Me senté en la cama con mucho cuidado, analizando su cara,  no estaba relajada. Se le había formado una pequeña arruga en el entrecejo. Muchas veces había envidiado el don de Sendra, poder saber cómo se sienten los que tienes a tu alrededor, con el simple hecho de entrar en un lugar. Pero tal como estaban las cosas en este momento, entre Nora y yo la estaríamos torturando de lo lindo.
  Sendra, ¿quizás estás percibiendo mi dolor, y no el de ella?
Ella se levantó sentándose a mi lado.
No, Magui. Ella irradia miedo, pérdida, vacío; el tuyo es rabia, ira, angustia. Aunque los podrías poner juntos en una frase para definir una situación, son totalmente distintos.
Estuve cavilando un momento: “¿quién podía imaginar que semejante grandullona sabía tanto de sentimientos?” Salí de mis pensamientos cuando oí la puerta.
Pasad dijo Sendra. Arist entró con una bandeja con comida y fruta, la dejó sobre una mesa y corrió hasta Sendra.
Querida amiga, ¿cómo estáis? Os he echado en falta.
Y yo, Arist, siento tanto lo de Ros —dijo abrazándola.
No digáis nada, Sendra; esta noche no, por favor. Sendra asintió, la conocía muy bien, y sabía que era el momento de no invadir su espacio.
Bueno, os he traído comida, estaréis hambrientas.
La verdad es que no le contestamos; ella nos miró entrecerrando los ojos.
Como os decía, estaréis hambrientas, y tanto si lo están como si no, quiero esta bandeja vacía; ¿entendido, jovencitas? Terminó la frase con una sonrisa. Se dirigió a la bandeja diciendo: Bueno, ¿qué tal os fue en la misión?
La misión hubiera sido más llevadera, si hubierais venido vos, y no el loro parlanchín que me pusieron.
No digáis eso de Magui, tiene sentimientos le reprendió Arist.
Sí que tiene sentimientos, y una lengua imparable.
Mi hermana, en ese sentido, era como Sendra; las dos son muy reservadas, no hablaba por hablar. Arist lo había heredado de mi madre, para desgracia de esta; Felions y yo habíamos salido a nuestro padre.
Desde luego, vosotras dos sois la alegría de la huerta. La pobre Nora a estas alturas estaría muerta, ¡del aburrimiento! les dije cogiendo una manzana. Bueno, contadnos, hermanita, ¿ha ocurrido alguna nueva en nuestra ausencia?
Alguna, la hija del alfarero se casará el próximo otoño.Sendra entrecerró los ojos diciendo:
¿Con quién?
Tranquilizaos, Sendra. Vuestro hermano está en las tierras altas desde que vos os fuisteis.
Ella suspiró con verdadero alivio. Sabía que ella en cuanto tenía oportunidad, no paraba de revolotear a su alrededor.
Que los Dioses me perdonen, pero esa chica no me gusta nada; es tan, tan….
Estúpida. Terminé la frase encogiéndome de hombros. Arist torció el gesto al escucharme. ¡Es verdad! Las rosas son tan rosas, el cielo es de un azul tan azul, ¡oh!, los prados son de un verde tan verde. Esa chica no puede componer una frase sin meter un color un mínimo de dos veces.
Quizás, hermana, tiene alma de poeta tartamudo.
Puede ser, ya sabéis que soy una insensible con la poesía. ¿Ha ocurrido algo más?
Quitando el hecho de que la primavera pasada, la panadera alumbró dos hermosas criaturas, no mucho más; las tres están en perfecto estado.
¡Vaya!, ¡gemelas!, su esposo estará de lo más contento.
Salió a la calle ese día con una barrica en la carreta, para festejar su paternidad con el pueblo. Por el estado en que lo encontró padre, se diría que se la tomó toda él solito. Lo llevó a su cabaña, le ofreció a su esposa que, dadas las pocas horas de su alumbramiento, él lo tendería en el lecho que ella le indicara.
—¡Padre… siempre tan atento! Supongo que ella lo agradeció.
Bueno, de hecho sí. Le dijo que aguardara, salió de la casa con un cubo con agua y un garrote, le tiró el agua en la cara para despertarlo. Una vez conseguido, lo entró ella solita a garrotazos.
Nos quedamos en silencio. Sabía que Arist no quería hablar de Ros, pero me roía algo por dentro.
Arist, ¿vino Ros en los últimos meses?
Sí, lo hizo hace una semana.
Sendra y yo nos miramos, había venido y no nos lo había contado, ella sabía algo.
—¿Os contó a vos o a madre algo? ¿Vio algo en el futuro y quiso preveniros?
No, la verdad es que estuvo bastante extraña. Cuando le preguntamos por el motivo de su visita, nos dijo que Nora terminaría pronto los estudios, que ustedes vendrían de vuelta por el verano. Nos pareció raro que vinierais juntas, pues siempre lo hacéis por turnos.
¿No se lo preguntasteis? —le cuestionó Sendra.
Sus respuestas eran esquivas, y no sostenía por mucho tiempo la mirada; no pudimos ver nada, salvo la certeza de que algo ocultaba, supongo que ya sabemos lo que era.
Ella sabía que iba a morir, vino a despedirse de los suyos, quizás pensó que despedirse de Magui le sería más fácil.
De hecho, lo hizo. Cuando llamó para confirmar la hora del encuentro, estuvo de lo más extraña; no paraba de repetir que nos quería mucho. Pensé que al estar sola era solo nostalgia.
Nos sobresaltaron dos golpes en la puerta.
     Podéis pasar.  Mi padre abrió la puerta. Tenía la cara muy seria, caminaba con los hombros hundidos.
¿Cómo está madre?
Duerme, le di la infusión del sueño. No te preocupes, Magui, es normal que se derrumbe.
Eso no quita que me sienta culpable.
Magui, tú no mataste a Ros, no es culpa tuya, no te puedes hacer responsable por lo que hacen otros. Ante situaciones de este tipo, nos tenemos que apoyar los unos a los otros, no le haces ningún favor ni a ti ni a tu madre, culpándote de algo que no has hecho.
Lo sé, papá, tienes razón.
Vamos, el sol se pondrá en poco tiempo, no hagamos esperar a los ancianos, las monturas están preparadas.
Id en paz, yo velaré por ella, y poneros las capas, la noche será fría dijo Arist.
Gracias, hermana.



8

        Cabalgamos a través del bosque, en dirección a la gran sala. La noche era clara y húmeda, olía a musgo y tierra. De los árboles caían pequeñas gotas de agua, que fueron humedeciendo la capa. La espesura del bosque se fue abriendo poco a poco dando paso a un pequeño claro, que terminaba en una gran pared de roca por la que corría una cascada. Esta formaba un hermoso lago en el que se reflejaba la luna iluminando la espesa vegetación.
        De entre las rocas vimos a cuatro jovencitas, que eran idénticas: tenían el pelo rubio, casi blanco; la piel era blanca como la nieve, con un pequeño rubor en las mejillas; los ojos azules muy intensos; sus espectaculares cuerpos los cubrían con un vestido de gasas blancas sin tiros ni adornos; sus cuerpos podían pasar por humanos, de no ser por sus alas luminosas. La única diferencia que había entre ellas era la piedra que colgaba de sus cuellos con una fina cadena: una era amarilla, otra marrón, la tercera blanca, y la que se acercaba a nosotros la tenía verde. Mi padre habló muy bajito.
     Son las damas de blanco, que representan a la estación en la que estemos, con lo cual hablará la dama de la primavera. No les pregunten nada, ellas son las que hacen las preguntas y, sobre todo, su tratamiento es el de Gran Dama. A pesar de su juventud, solo los dioses saben su edad.
     Bienvenido, lord Fáront; llegáis tarde. El resto de los ancianos ya han llegado.
     Gracias, Gran Dama; es un placer volver a veros.
     Veo que habéis traído compañía. ¿No pretenderéis que os deje pasar con ellas?, ¿de quiénes se trata?
     Disculpadme, Gran Dama. Os presento a lady Sendra, hija de lord Ziont y Shamala.La Gran Dama revoloteó en torno a Sendra.
     Os saludo, lady Sendra; es un honor conocer a la hija de tan glorioso guerrero. Sin duda, os parecéis más a vuestra madre.
     Gracias, Gran Dama; el honor es mío al conoceros. Asintió con la cabeza y se puso frente a mi padre.
     Y bien, ¿quién es la otra acompañante?
     Oh, es mi hija, lady Masghit.
     Os saludo también a vos.
     Gracias, Gran Dama; es un placer conoceros.
     Sin embargo…dijo desviando la vista de mí y poniéndola en mi padre…Solo os puedo dejar pasar a vos. Como sabéis, la gran sala está oculta para todo ser; solo los ancianos pueden llegar hasta ahí.
     Lo sé, Gran Dama, pero lady Sendra y lady Masghit son las guardianas de su Alteza, la Princesa de Zhakos, Nora de Philions, señora y soberana de la luz. La han traído de vuelta a nuestra dimensión; traen con ellas información que no se puede revelar fuera de la gran sala. Os ruego nos dejen pasar.
     La Gran Dama se reunió con las otras tres; la que había estado con nosotras se acercó.
     Bien, si sois tan amables de acompañarme.
     Mil gracias, Gran Dama.
     Llegó hasta la cascada. Extendió la mano abriéndola, como si se tratara de una cortina. Tras el agua había una puerta; pasaba justo el caballo con un jinete. Sendra casi rozaba la cabeza con el techo. El oscuro y corto pasillo dio a una especie de cuadra; allí estaban las monturas del resto de los ancianos. Bajamos de los caballos y comenzamos a caminar por un pasillo más estrecho y bajo que el de antes; lo iluminaban unas antorchas colgadas de las paredes. Sin duda, para el cuerpo de un humano o similar, supuse que esto haría al centauro tomar la forma humana.
     —¿Qué les parece, chicas? ¿A que las Grandes Damas son muy amables?
     Sí, papá; son todo un derroche de simpatía.Mi padre sonrió.
 —¿Sabes? Cuenta una leyenda que un enano se emborrachó y dando tumbos, llegó hasta aquí. Digamos que cuando vio a las damas blancas, se alegró más de la cuenta, se quitó las ropas y se tiró al lago, invitándolas a bañarse con él.
     Y, ¿en qué termina la leyenda? En que después de bañarse con él, ¿se les agrió el humor?
     No, hija. Las damas blancas lo convirtieron en piedra.
     Bueno, dicen que los enanos son duros de entendederas dijo Sendra.
     Y algunos más que otros dijo entrando en una gran sala. Era como una bolsa en medio de la roca. En las paredes había huecos tallados en forma de estanterías cubiertas de libros; estaba rodeada por antorchas iluminando toda la estancia. En el centro, una gran mesa ovalada con ocho asientos. Los ancianos estaban de pie consultando algo en uno de los libros. Cuando nos vieron, lo colocaron en su lugar y se acercaron a nosotros.
     Buenas noches, señores; siento mucho el retraso.
     No os disculpéis dijo Bálcatar, el mago. Era el que se veía más anciano de todos.
     Dadas las circunstancias, somos nosotros los que les debemos una disculpa. Shamala nos ha informado. Vamos, tomemos asiento.
     Sendra y yo nos quedamos en pie esperando a que se sentaran. Primero lo hizo Shamala, la siguió Bálcatar, después lo hizo Chiron que, como imaginaba, estaba en forma humana y a continuación lo llevó a cabo mi padre. Supuse que lo harían en orden de edad, respetando, en primer lugar, a Shamala por ser mujer. Sendra se sentó junto a su madre y yo lo hice junto a mi padre. Bálcatar se dirigió a mí y a mi padre.
     En primer lugar, quiero deciros, en nombre de todos, cuánto sentimos la pérdida de Roshling. Sin duda, vuestra familia estará sumida en el dolor. ¿Cómo se encuentra vuestra esposa?
     Como es de esperar, está abatida. Es doloroso perder a un miembro de la familia, pero en esta circunstancia es peor.
     Lo imagino; y bien, señoritas, ¿os importaría relatarnos lo sucedido?
     Me aclaré la garganta.
     Bueno, como sabéis, hoy era el cumpleaños de la Princesa. Roshling le había informado a esta que nos reuniríamos por la tarde para celebrarlo. Era su intención contarle a la Princesa su naturaleza, y hablarle de nuestro mundo. Algo ocurrió ayer; nos informó de que adelantaba la reunión, quería que nos viéramos por la mañana.Se me atragantaron las palabras. Sendra me miró y continuó diciendo:
     Creemos que Roshling vio con su poder lo que podía ocurrir e intentó evitarlo. Cuando la esperábamos en el lugar señalado, apareció a gran velocidad un vehículo con un extraño metal en su morro. Mi padre dio un golpe con el puño en la mesa.
     Malditas máquinas. Os lo dije, esas cosas son temibles.
     Sí, lord Fáront. Lo eran en la época en que vos fuisteis, pero la velocidad que toman ahora solo se puede comparar con un dragón enfurecido. Sin embargo, no fue el golpe lo que la mató, fue ese metal. ¿Lo podéis mostrar?
      Mi padre lo sacó con cuidado y lo desenvolvió. Los ancianos lo fueron pasando y observándolo. Sendra continuó.
     Antes de morir, Roshling nos ordenó volver, no pudo decirnos más, murió en pocos minutos. Masghit la elevó al reino de los cielos, cogimos el arma, ya que pudimos sentir su poder y emprendimos la huida. Tres de ellos lograron darnos alcance; con esa misma arma los liquidamos. Masghit percibió la presencia de cinco más; así pues, huimos.
     Vi cómo mi padre apretaba los puños con fuerza sobre la mesa.
     Lo siento padre, os he fallado.
     —¿Que lo sentís, Masghit? No doy crédito a lo que oigo.
     Fue Chiron el que habló.
     Querida Masghit, me parece que no entendéis lo que ha pasado. Vosotras dos habéis hecho más de lo que se os había pedido, vosotras dos habéis matado a tres guerreros con una sola arma, habéis rescatado a la Princesa, manteniendo el equilibrio de los mundos, ¿y os disculpáis? No creo que un guerrero experimentado lo hubiera hecho mejor.
     Gracias, lord Chiron; vuestras palabras me reconfortan.
     No, querida; no me deis las gracias. Solo me he limitado a narrar los hechos. Somos nosotros los que tenemos que daros las gracias a vosotras.
     Es cierto, habéis tenido gran valor. Sin duda, esta arma es más poderosa de lo que esperaba ver, ni yo mismo sé lo que es dijo Bálcatar.
     —¿Qué proponéis que hagamos con ella? le preguntó Shamala.
     Propongo que sea enviada a los elfos grises, quizás ellos puedan averiguar algo en sus libros. Un explorador experto puede hacer el camino en seis lunas. Todos asintieron. Bálcatar nos miró.
     Parecéis cansadas, ¿queréis añadir algo más?
     Quería pediros un favor. La Princesa no tiene conocimiento aún de nuestro mundo, no sabe quién es y lo que se espera de ella. Está asustada, no entiende qué es lo que ha visto. Para ella, somos seres imaginarios de cuentos para niños. Os quería pedir, ya que vais a ser vosotros los que tengan que narrar su historia, dejar que Sendra y yo le mostremos nuestro mundo poco a poco.
     Querida Masghit, no disponemos de mucho tiempo, la gran batalla se acerca.
     No os preocupéis, la Princesa es fuerte, y muy inteligente. Aprende rápido; os pido solo hasta que llegue el explorador.
     Todos se miraron antes de que Bálcatar contestara.
     Es justo que así sea. Miró a Sendra y dijo: Y vos, ¿tenéis alguna petición?
     Sí, señor. Soy una de las afectadas; por eso, me voy a tomar la libertad de pediros que todos los que nuestra naturaleza nos lo permita conserve la forma humana ante ella.
     Sí, ya nos comentó vuestra madre que tuvo que dormirla, cuando os vio las alas. ¿Qué decís, Chiron?
     No tenemos problema; informaré a mi clan.
     Fáront, llevad a estas jovencitas a descansar; se lo han ganado. Nosotros nos encargamos de disponerlo todo para que salga el explorador al alba.  Mi padre se levantó; nosotras hicimos lo mismo.
     Señores, Shamala, pasad buena noche. Sendra se acercó a su madre. Esta la besó en la frente.
     Descansa, hija; te veré mañana.
     Gracias, madre; que paséis buena noche.
     Id en paz.
     Los tres asentimos antes de salir. Recorrimos el camino de vuelta en silencio hasta el pequeño establo, cogimos las riendas y llegamos a la cascada. Sendra y yo montamos; mi padre se quedó en el suelo, mientras se ajustaba la capa.
     Vamos, papá, no me dirás que ahora nos toca ducharnos.  Él sonrió y dio dos pasos hasta la pared. Había un enano de piedra, lo cogió de la cabeza y la giró a la derecha.
     Ajustaros las capas, y no nos toca ducha. Se subió en su caballo esperando. A los pocos segundos, el agua dejo de correr.
     ¡Deprisa!, esto no dura muchodijo atizando al caballo, que corrió; nosotras lo imitamos. Tan pronto como salimos, el agua comenzó a correr. No había rastro de las damas; nos internamos en el bosque.
     ¡Sí que se toman las damas en serio una ofensa!
     Como comprenderás, hija mía, será verdad o no, pero no estoy dispuesto a averiguarlo, ¿una carrera?
     Sí, necesito liberar tensiones dijo Sendra saliendo al galope.
     ¿Por qué esta chica cuando está tensa, sale corriendo?
     Lo sabrás, cuando lo pruebes me dijo. Atizó el caballo; este corrió detrás de ella.
     —¡Genial!, pues ¡vamos a correr todos!

      Cabalgamos por el bosque a gran velocidad, sorteando árboles, cruzando arroyos, saltando troncos caídos. Cuando llegamos a los muros del pueblo, frenamos la marcha. Mi padre puso su caballo junto al mío y me dijo:
     ¿Qué te ha parecido?, ¿Se liberan tensiones?
     Pues sí; tenemos que repetirlo. Es como subir a la montaña rusa.
     ¡Montaña rusa!, ¿qué es eso?
     Papito, te tengo que poner al día. Hace mucho que no cruzas al otro lado.
     Le fui describiendo un parque de atracciones en lo que llegábamos al castillo. La cara de mi padre era como la de un niño, ansioso por probar lo que le estaba contando. Entramos en el establo, nos bajamos de los caballos. Él tomó las riendas del suyo, y dijo:
     Yo me encargo de los caballos, ustedes descansen. Hoy han tenido un día muy duro.
     Tan duro como largo le dije besándole la mejilla.
     Gracias, papá, buenas noches.
     Buenas noches, Fáront.
     Buenas noches, hijas.
      Caminamos hasta las escaleras de la entrada principal, atravesando los jardines; un guardia nos abrió la puerta. Como era costumbre, el guardia inclinó la cabeza, hicimos lo mismo y subimos por la gran escalera de piedra. Los pasillos estaban en silencio, me paré junto a la puerta del dormitorio de mi madre y la abrí con mucho cuidado. La habitación solo la iluminaba la claridad de la noche. Ella dormía en posición fetal, la cubrí con una colcha y cerré la ventana. Todo se quedó a oscuras. Mi padre no tendría problemas para ubicarse. Salí y cerré la puerta; Sendra me esperaba.
     ¿Cómo está?
     Dormida. Vamos, Arist estará con Nora.
      Entramos en el dormitorio: las ventanas estaban cerradas, la habitación estaba iluminada solo por una vela; al otro extremo, había dos camastros perfectamente preparados. Arist estaba sentada junto a Nora con un libro en las manos. Levantó la vista del libro; se veía claramente en sus ojos que había estado llorando.
     —¿Estáis bien, Arist?
     Sí, hermana, no os preocupéis. Solo me he permitido un poco de desahogo; no pasa nada. Y a vosotras, ¿cómo os ha ido?
     Bien, lo hemos expuesto todo. Los ancianos se encargarán. ¿Cómo está Nora? ¿Se ha despertado?
     No, ni cuando le di el elixir de caña, se despertó. Supuse que no había comido nada en todo el día. No es alimento suficiente, pero mejor que nada es. Desde luego, el conjuro de Shamala es muy fuerte.
     ¿Conseguiste que tomara dormida elixir de caña?
     Bueno, le he estado poniendo pequeñas cucharadas en la boca, de vez en cuando.
     Bien pensado, Arist. Venga, ve a descansar —dijo Sendra.
     La verdad es que he pensado que ustedes podríais dormir en una cama decente. He mandado a preparar el dormitorio de invitados para vos, Sendra.
     No, Arist. Solo me ha apartado de ella el deber de hablar con los ancianos. No me moveré de aquí hasta que la vea bien con mis propios ojos.
     Lo supuse. Por eso, están aquí los camastros, y a vos ni os pregunto. Buenas noches dijo mientras salía. Nos ayudamos mutuamente a desatarnos los vestidos y nos pusimos los camisones en silencio evitando hacer ningún ruido. Me quedé mirando a Nora; parecía que el sueño era más calmado.
     Sendra, ¿cómo se encuentra ahora?
     Está tranquila. Vamos, Magui; mañana nos espera un día más duro aún.Apagué la vela. Suspiré, mientras me metía en el camastro.
     Sí, y un montón de preguntas. Buenas noches, Sendra.
     Descansa, Magui.

      Me despertó los primeros rayos de luz del día, que se filtraban entre los tablones de las ventanas, formando figuras a su antojo. Me levanté, abrí despacio las ventanas; el ambiente estaba cargado. Cuando me giré, Nora estaba con los ojos abiertos, no se movía. La mirada la tenía perdida en un cuadro que colgaba de la pared; en él había unas ninfas bailando junto a un arroyo. 
     Hola, cariño, buenos días. ¿Cómo te encuentras?Me senté a su lado en la cama, no se movió, no dijo nada. Le pasé la mano por el pelo, se estremeció.
     —¡Nora, cielo!, mírame. Me estás asustando.
Oí cómo Sendra se levantaba; se puso junto a mí, arrodillada en el suelo. Ella se sentó bruscamente apoyando la espalda en el cabecero, abrazó sus rodillas y comenzó a tararear una nana, con la vista puesta en Sendra.
     No, cielo, no pasa nada. Nora, por favor, eso no.
     ¿Qué pasa, Magui?
     Esa nana nos la cantaba Ros cuando éramos pequeñas y estábamos asustadas. Supongo que con ella también lo hacía para calmar los típicos terrores nocturnos cuando era pequeña.
     Pero ¿por qué no se ha apartado de ti?
     Y yo qué sé. Realmente no me miraba, tenía la vista fija en ese cuadro. ¿Puedes percibir sus emociones?
     Tiene miedo desde luego, pero es más fuerte la angustia; no puedes verlo en sus ojos.
     Lo único que veo es la mirada perdida. Su visión está desconectada de sus emociones. Vamos, como si estuviera mirando a una lechuga.
     Desde luego, te has levantado muy gráfica hoy.
     Dejamos de discutir cuando llamaron a la puerta. Arist abrió despacio, llevaba una bandeja en las manos. Cuando la vio despierta, dudó en entrar.
     Pasad, Arist.
     Ella dejó la bandeja en la mesita y se acercó despacio. Nora estaba en silencio observándola. Cuando se acercó a la cama, miró a la pared y continuó tarareando. Arist dio un sobresalto. Era evidente que oía lo mismo; ella había llegado a la misma conclusión que yo.
     Iba a preguntaros cómo estaba, pero es evidente.
     Arist, ¿podéis ver algo en su mirada?
     ¿Qué le pasa a vuestro don, hermanita?, ¿no se ha levantado aún?
     Por favor, mira sus ojos. Solo quiero comprobar si vos veis lo mismo que yo.
     Arist se acercó, fijó sus ojos en los de Nora y parpadeó varias veces. La volvió a mirar; su cara se descompuso. Me miró.
     Magui, no hay nada, está perdida.
     Es lo que pensaba —le contesté tapándome la cara con las manos. Sendra se levantó y comenzó a ir de un lado a otro del dormitorio como una bestia enjaulada.
     ¿Cómo que ida?, ¿qué quieren decir?, ¿que se ha vuelto majara?
     Cuando escuchó sus propias palabras, se quedó quieta, asimilando lo que había dicho. Se dejó caer en el suelo.
     —¡Oh, Magui!, ¡¿qué hemos hecho?! Tanto tiempo protegiéndola y resulta que vamos nosotras y la volvemos loca.
     Arist se levantó decidida, fue hasta la puerta. Nora estaba tarareando más fuerte, como si estuviera intentando sofocar la voz de Sendra.
     Calmaos las dos, la estáis asustando más aún. Voy a hablar con madre; quizás ella pueda ayudarnos.
     No, Arist; hablad con padre primero. Decidle lo que pasa; no sabemos cómo está madre. Él sabrá qué hacer. Arist asintió abriendo la puerta.
     Sendra, tranquilicémonos. Arist, tiene razón. Mi madre sabrá qué hacer; solo espero que ella esté en condiciones. Vamos a cambiarnos. Mi padre vendrá pronto.
Busqué entre las ropas que habían dejado en el armario. Le tiré unos pantalones y una túnica corta a Sendra. Por el tamaño que tenían las prendas, las tenía que haber enviado Shamala. Yo opté por una túnica amplia, ajustada por un cinturón. Me estaba poniendo las sandalias, cuando llamaron a la puerta. Desde el otro lado, oí la voz de mi padre.
     —¿Puedo pasar, hija?
     Un momento, padre. Sendra se terminó de atar su cinturón; le di las botas.
     —¿Estás lista?Asintió mientras se sujetaba el pelo a la nuca con un cordón de cuero.
     Pasad, padre.
     Este abrió la puerta. Era evidente que Arist lo había despertado; se había puesto una túnica con unos pantalones muy holgados. Su largo pelo rubio lo tenía suelto dando destellos dorados con la claridad que entraba ya a raudales por la ventana. Su semblante era de preocupación. Me senté junto a Nora, que seguía mirando la pared de piedra que tenía frente a ella. Era como si quisiera encontrar alguna grieta por la que meterse. Mi padre se acercó despacio.
     ¿Qué ocurre, hija?
     No lo sé, padre. Abrí la ventana y la encontré despierta, tenía la mirada perdida. Ni yo ni Arist podemos ver nada en ella. Se sentó despacio a su lado, hizo un gesto de tocarla, sostuvo la mano en el aire dejándola caer en su regazo.
     Nora, ¿puedes oírme?
     Como respuesta comenzó a tararear esta vez mirando a mi padre. Él la miró a los ojos y cerró el puño con fuerza.
     —¿Qué le pasa, papá?, ¿por qué reacciona así?
     Esperemos que llegue tu madre. Arist la está ayudando a vestirse. Solo he visto reaccionar así a un muchacho después de una batalla; el pobre estuvo sin hablar todo un invierno.
     —¿Qué le ocurrió?, ¿cómo salió del trance?
     Fue diferente, hija. Ese chico no tenía más de doce años. Su padre lo llevó a la lucha con la intención de hacerlo un guerrero. Ninguno de los mayores lo supimos hasta que lo encontramos detrás de unas rocas con el cadáver de este en brazos en un estado similar al de Nora. Lo trajimos a la aldea; eso fue terminando el otoño. Una noche, entrando la primavera, un forastero paró a pasar la noche. Le pidió a la madre de este, permiso para dormir en el granero, a cambio de limpiarle los establos. La mujer, que estaba sola con un hijo impedido, aceptó la oferta. Cuando cayó la noche, el forastero se coló en la cabaña, e intentó forzar a la pobre mujer. El chico se levantó de la cama y lo mató con la espada de su padre.
     ¿Quién era?, ¿lo conocemos?
     Trekan, el herrero.
     Lo recordaba, era un hombre muy reservado. Cuando una mujer le hacía algún encargo, nunca la miraba a la cara; simplemente se limitaba a contestar con mucha educación mientras trabajaba. Siempre pensé que era timidez. Escuché las voces de mi madre y mi hermana, que entraban. Sendra se acercó a mi madre y se quedó a un paso de ella. Mi madre le sonrió, en tanto levantaba una mano pidiéndole en silencio que no dijera nada. Sendra sencillamente la abrazó.
     Bienvenida a casa, hija. Sendra la cogió de la mano y la llevó a la cama despacio, como si temiera romperla.
     Gracias, la verdad es que estaba impaciente por volver. Me levanté y la besé.
     —¿Cómo está, madre?
     Bien, hija; no os preocupéis por mí.
     Se sentó en la cama donde yo había estado minutos antes. Nora giró la cabeza mirando el colgante de la tía Ros que llevaba puesto. La miró a la cara; los ojos se le llenaron de lágrimas, y abrazó con fuerza a mi madre. El corazón se me encogió en el pecho; en la garganta se me quedó ahogado un suspiro. Sin duda, el parecido físico de mi madre con mi tía le había provocado esa reacción. Comenzó a llorar con desconsuelo. Mi madre le pasó una mano por el pelo, mientras la abrazaba con la otra.
Tranquila, pequeña; todo está bien, tranquila.
     Se apartó de mi madre cuando escuchó su voz. Sin duda, notó la diferencia en el tono. Tenía la cara bañada en lágrimas, levantó la mano y acarició la mejilla de mi madre. Fue bajando su mano hasta el colgante y lo rozó con la punta de los dedos.
 Se tumbó en la cama despacio, sin apartar la vista de la cara de mi madre. Comenzó a llorar esta vez en silencio. Solo se veía correr las lágrimas por su rostro. Se acurrucó en posición fetal y cerró los ojos. Mis padres se levantaron despacio; ella la cubrió con la colcha. Mi padre nos hizo una señal con la cabeza y salió al balcón. Todas los seguimos.
     —¿Qué pensáis, querida? ¿Habéis visto algo en su mirada?
     No, ni tan siquiera cuando creyó que yo era Ros. Y vos, Sendra, ¿habéis percibido algo?
     Efectivamente, tuve esperanza cuando os vio. Sus emociones cambiaron, pero cuando vos hablasteis, volvió el miedo y la angustia.
     Fáront, querido, ¿vos habéis visto antes algo parecido?
     Él solo le respondió:
     Trekan.
     Oh, sí, lo recuerdo. Creo que esto, sin duda, no es algo que pueda sanar con mis hierbas. Fáront, querido, id a buscar a Bálcatar; quizás pueda ayudarnos.Él asintió, besó a mi madre en la frente y salió del dormitorio rápidamente.
     Sendra, ¿vos podéis hacer venir a vuestra madre? Quiero estar segura de que esto no ha ocurrido antes con vuestra hipnosis. Sendra asintió y cogió el pequeño cuerno que le colgaba del cinturón. Mi madre le sujetó la mano.
     No, Sendra; si la llamáis con el cuerno, pensará que estáis en peligro. Lo último que nos hace falta en este momento es una manada de cisnes armados hasta los dientes volando alrededor del castillo. Y Sendra, usad la puerta, si sois tan amable. Sendra le sonrió, antes de seguir los pasos de mi padre.
     Magui, intenta que tome algo. Arist y yo iremos a disponerlo todo, antes de la llegada de nuestros invitados. Te avisaremos cuando lleguen.
     Entramos en el dormitorio. Mi madre miró a Arist, luego a mí.
     —¿Habéis dormido las tres aquí?
     Madre, Magui me pidió que lo preparara para estar cerca de la Princesa. Temían que despertara en medio de la noche.
     Mi madre suspiró. Con la vista puesta en mí, dijo:
     Arist, pedid que retiren estos camastros de aquí antes de que lleguen los invitados. Y, mandad a preparar el dormitorio que usabais cuando erais pequeñas. No es el adecuado para una princesa, pero podrán dormir las tres en camas decentes.
     Enseguida, madre.
     Arist salió rápidamente. Mi madre me pasó la mano por la cintura.
     —¿La queréis mucho, hija?
     Vos también lo haréis, cuando vuelva en sí. Madre, ella es un ser especial, es dulce, fuerte, da todo lo que tiene por los que le muestran un poco de afecto. Siempre está intentando mantener la paz en su entorno, da la mano a quien lo necesite, aun sin conocerlo. No soporta que hieran a los que le importa, siempre escucha cuando alguien necesita ser oído. La verdad, no cuesta mucho quererla.
     Se quedó pensativa mirando el brazalete que tenía aún en la muñeca.
     He visto que las tres lo tenéis, ¿qué significa?
     Nos los regaló el día anterior a nuestro regreso.
     Y estos grabados, ¿cuál es su significado?
     Son inscripciones celtas, una antigua civilización del mundo de los humanos. Significa ‘para siempre’.
     Ros me dijo que era la digna hija de nuestra Reina. Tranquila, cielo; todo saldrá bien, ya lo veréis. Intentad que tome algo; voy a ayudar a Arist.


Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

obra completa en:
www.elcorteingles.es

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