viernes, 10 de octubre de 2014

Capítulo 1

Como les prometí hoy les dejo el primer capítulo espero que lo disfruten.


Nora 


Galway, Irlanda 


El aire frío entra por la ventana del salón, yo estoy en el suelo jugando con unas muñecas sobre una gran alfombra junto al fuego. Mi cuerpo es el de una niña de no más de cinco años. Siento cómo la fresca brisa de la noche me rodea haciéndome estremecer. La señora me sonríe, se levanta y cierra la ventana, 
—Lo siento, cariño, no me di cuenta. —No puedo ver con claridad su rostro, ni el del señor que está a su lado. La ayuda a sentarse acomodando uno de los mullidos cojines en su espalda, colocándose a su lado. Aparta su mirada de ella para posarla en mí. Sonríe diciendo: 
—Tu mamá tiene las hormonas un poco agitadas, mi amor. —Se respira una inmensa paz en el salón. 
—¿Qué son las hormonas?, ¿te pasa algo malo? —pregunto un poco desconcertada—. Pues, no sé si la señora está enferma. 
Ella se pasa la mano por su abultado vientre mientras sonríe; me mira. 
—Cuando tú estabas aquí dentro, no paraba de comer frutos secos. No me ocurre nada, tesoro; es solo que tu hermanito tiene sus propias preferencias, y parece que siempre tiene calor. 
Miro al señor que se reía en ese momento, ella se dirige a mí gesticulando con las manos. 
—¡Me puse enorme! —dijo formando un círculo con sus manos entorno a su cuerpo. 

—Mientes —le dijo besando su mano—. Estabas preciosa. 
—Oh, supongo que eso es amor —le contestó ella sonriendo. 
—Cierto, más del que tengo derecho a pedir —dijo, mientras le rozaba la cara con el dorso de su mano. 
—Supongo que si el antojo esta vez es frío o calor, me ahorrará unas cuantas caminatas en la madrugada —añadió él, en tanto acariciaba su vientre. 
Los dos rieron al unísono. De pronto todo se vuelve frío, ella se pone muy seria con la mirada en ninguna parte, él le sujeta las manos con fuerza y le interroga angustiado: 
—¿Qué pasa, mi amor?, ¿te encuentras bien?, ¿es el bebé? 
Ella corre a mi lado y me abraza con fuerza. Mira al señor que está desconcertado y le dice: 
—No, ya están aquí. —En su voz hay verdadera agonía. Él salta de su asiento corriendo hasta nosotras y pregunta: 
—¿Cuánto tiempo tenemos? —Puedo sentir en las palabras de él angustia y frustración, pero sobre todo, miedo. 
—No sé, cinco minutos, tal vez diez —le contesta aturdida. 
—¿Qué pasa? —pregunto asustada. Ella pasa la mano por mis rizos y me sonríe, pero siento tristeza en su voz. 
—No te preocupes, tesoro; todo saldrá bien. —Él corre hacia las puertas del salón y grita. 
—¡ALICIA! 

Me desperté de un salto, con la respiración agitada y el cuerpo empapado en sudor. Miré desorientada a mi alrededor, esperando encontrarme en el salón con el que tantas veces había soñado. 
Respiré hondo, mientras repetía una y otra vez, no pasa nada, es solo un sueño, solo un sueño. Froté mis ojos intentando borrar la sensación de angustia. Miré el reloj de la mesita. 
—¡Genial!, las cinco y media de la mañana, ya no me quedaré dormida ni en broma —dije en voz alta como si quisiera informar a mi subconsciente de la mala jugada. Salté de la cama dirigiéndome al baño. 
—Me daré una ducha y seguiré estudiando para mi último examen, por lo menos ocuparé el tiempo con algo productivo —dije protestando por lo bajo. Me quedé a medio camino de sacarme la camiseta. “Estupendo, definitivamente estoy volviéndome loca; no bastaba con los sueños, ahora hablo sola”, pensé mientras entraba en la ducha. Dejé correr el agua caliente sobre mi cuerpo, intentando recuperar la calma. 
No me molesté en secarme, me cubrí el cuerpo con el albornoz; con el pelo fui aun menos complaciente, me limité a quitarle un poco la humedad con la toalla. Me enterré en mis libros y, como me suele ocurrir siempre, me perdí en el tiempo, no fui consciente de este hasta que llamaron a la puerta. 
—¿Sí? —Magui abrió la puerta con su sonrisa deslumbrante. 
—Buenos días —dijo cambiando la sonrisa por una mirada de espanto—. Chica, estás horrorosa, ¿otra pesadilla? 
—¡No!, en realidad es la misma de siempre. La verdad, ya empieza a preocuparme, quizás debería ir a alguna terapia. 
—Oh, vamos, no es para tanto, solo son sueños y, además, ya podría ver los titulares de la prensa del instituto. ASPIRANTE A PSIQUIATRA EN CONSULTA DE LOQUERO —dijo riéndose, mientras alzaba las manos como si sostuviera el titular. Su risa era una de las pocas cosas que me reconfortaba después de una noche de 

perros. Se acercó con sus movimientos de bailarina y su rostro travieso, salteado con diminutas pecas; los enormes ojos azules y su rubia melena le daban un aire de paz y tranquilidad. Aunque era muy bajita, su cara y su cuerpo estaban en absoluta armonía; sin embargo, ella se empeñaba en buscarse algún defecto. Tomó un mechón de mis pelos y dijo: 
—¡Por todos los Santos!, ¿qué le has hecho a tus pelos? 
—La verdad, hacerles no les hice nada, los sequé un poco con la toalla y los dejé tal cual —le dije restándole importancia. 
—Tal cual hubiera pasado un tornado por ellos —contestó, mientras se dirigía al baño. Cogió mi bolsa de aseo, se acercó y comenzó a peinarme. 
—No sé, Nora, le das demasiada importancia a tus sueños, llevamos todo el mes con los finales, y te mueres de ganas de estar con tu madre; esto son solo sueños asociativos. 
—Te recuerdo que soy hija única, y que no llegué a conocer a mi padre —le dije cerrando el libro. 
—Sí, por eso lo digo. Mira, plantéalo así: el que la señora esté embarazada yo lo veo como una señal de lo que te hubiera gustado. El que aparezca el señor es la pena que sientes por no haber conocido a tu padre. En el sueño tú te representas como una observadora, pero ellos te implican como hija suya. Es como si tu subconsciente quisiera formar una familia ideal. 
—Mi familia ya es ideal; bueno, tengo una madre ideal. 
—¡Exacto! una madre ideal, no una familia ideal; reconócelo, te hubiera gustado un padre al que adular y cuatro hermanos a los que mortificar. 
—Eso no te lo voy a discutir. Bien sabe Dios que llegué a hacer de casamentera con mi madre. 
—¡Eh!, eso no me lo habías contado, ¿qué ocurrió? 

—Que mi madre juró meterme en un internado si continuaba con la idea —le dije, girándome para ver su cara. Magui arrugó la nariz. 
—¿Tan mala eras? 
Volví a acomodarme en la silla para que continuara con el pelo mientras le decía: 
—¿Bueno?, digamos que un día al salir del colegio, vi a un vagabundo durmiendo en unos cartones en la calle. De pronto se me ocurrió, “si este hombre se casa con mi madre, ella tendría un marido, yo un padre, y él un hogar”. Así que me lo llevé a casa a cenar. 
Magui soltó una risotada, la miré con cara muy seria, se cayó de inmediato, se aclaró la garganta antes de continuar. 
—Bueno, ¿y en qué internado te puso? Ahora eran auténticas carcajadas. 
—Muy graciosa. Si lo hubiera dejado entrar, igual ahora sería la señora de alguien. 
—La verdad, Nora, no veo a tu madre siendo la señora de nadie, ella es muy feliz estando pendiente de ti. Bueno, esto ya está —dijo poniendo la última horquilla. Fui al espejo, aunque sabía de antemano que sería una obra de arte. 
—¡Cielo santo, Magui!, cómo puedes hacer esto con solo un cepillo y un par de horquillas. Si el periodismo termina por aburrirte, siempre te podrás ganar la vida como peluquera. 
Había recogido el pelo por los lados con diminutas trenzas, dejando la cara al descubierto y una cascada de rizos en la parte de atrás, que llegaba hasta la mitad de la espalda. 
—Mi madre siempre dice que con mis gustos por la ropa, me tengo que casar con un millonario, o busco una profesión con la que pueda pagar mis caprichos, y dado que el matrimonio no es una de mis prioridades en este momento, me quedo con el periodismo, es más subrayo —dijo haciendo una línea imaginaria en el aire. 

—El matrimonio no es una opción, no me apetece tener que lidiar con vagabundos en casa. 
—Muy graciosa —le contesté, mientras me ponía una falda marrón y un suéter en pico blanco. 
—¿Qué tal? 
—Como la más hermosa de las princesas, pero te falta algo. Abrió mi pequeño joyero y sacó un colgante en forma de concha, lo colgó en el cuello, mientras decía: 
—Si el examen de Historia de hoy se te tuerce, siempre podrás guiñarle el ojo al profesor Campbell. —No pude evitar el escalofrío. 
—En ese caso, me ingresaré yo misma en un internado. 
—¿Ves?, no estás loca del todo, ¿desayunamos?, por ahí abajo huele de maravilla. 
Bajamos la escalera en tanto Magui parloteaba de unos vestidos que había visto en el centro comercial. Me los describía con todo lujo de detalles, estaba completamente segura de que sería una fantástica periodista, sabía conjuntar las palabras tan bien como su armario. 
Entramos en la pequeña cocina, estaba inundada por una combinación de exquisitos aromas. En el fuego estaba Sendra, mi otra compañera de piso; se veía majestuosa con cualquier cosa que se pusiera. 
Con su metro ochenta de estatura, quedaba muy lejos de parecer descomunal. Sus largas piernas perfectamente modeladas terminaban en unas caderas redondeadas, hasta una cintura estrecha; su cara era una de esas bellezas que no pasan inadvertidas, de piel dorada, grandes ojos negros y labios carnosos, enmarcados por su larga melena negra como la noche. Me recordaba a esas modelos exóticas de portada de revista. No era de extrañar que todos los chicos del instituto se pararan para verla pasar; los más atrevidos se acercaban con el fin de invitarla a salir, sin éxito. Su carácter era más reservado que el de Magui, siempre decía lo que pensaba. Desde luego no era de 

las personas que dijeran lo que tú quisieras oír en un momento de depresión, pero era reconfortante saber que cuando querías que te adularan tenías a Magui y cuando lo que necesitabas era una dosis de realidad contabas con Sendra. Cuando dejáramos nuestro pisito de estudiantes, las echaría mucho de menos, y sin quererlo ya lo estaba haciendo. 
—¡Eh, grandullona!, ¿qué tenemos para desayunar hoy? 
Sendra giró su hermosa cara y me sonrió, continuó dando vueltas a algo en el fuego. 
—Tortitas, queso, panecillos de sésamo, mermelada de frutos del bosque, zumo de naranjas y café, pero quizás es demasiada comida para un ser tan minúsculo como tú. 
—Y, ¿qué hay de los huevos revueltos? —le dijo Magui mientras se sentaba. Sendra puso los ojos en blanco. 
—Yo no pienso guisar un feto, pero si no temes manchar tu estupendo conjunto, ¡tú misma! 
—Vamos, Sendra, tú, como futura veterinaria, deberías saber que un huevo es una célula, no un feto. 
—Empolla uno de esos huevos veintiún días; ya me contarás en que se convierte tu célula. 
—Venga, chicas, ¿es que todas las mañanas vamos a tener la misma discusión? 
—No, si Dios quiere, algún día viviré lo bastante lejos de esta diminuta cosa, para no tener que discutir más. 
—Te llamaré todas las mañanas —dijo desafiándola. 
—No pondré teléfono. 
—¡Vamos, Sen!, pero si me adoras… 
—Cierto, pero eso no quiere decir que me gustes —le contestó con su espectacular sonrisa, mientras nos acompañaba a la mesa. 

—Bueno, y ¿qué planes tiene para pasado mañana nuestra futura chica mayor de edad? 
—¡Uff!, mi cumpleaños, se me había olvidado. Mi madre llamó ayer, va a venir a pasar el día conmigo. 
—¿Que Ros va a venir hasta aquí? —Sendra se quedó mirándonos con los ojos desorbitados. 
—Eh, todos los días las hijas no cumplen los dieciocho. 
—Sí, claro, simplemente me sorprendió. Como siempre lo celebran cuando vuelves a casa en verano… 
—Ya, la verdad es que a mí también me sorprendió un poco. Hemos quedado en el Calipso; me encantaría que nos acompañaran. 
—Genial, me encantan las tartas del Calipso —dijo Magui con su voz cantarina. 
—Si quieren, yo podría cocinar algo, y hacemos una fiesta íntima en casa. 
—Gracias, Sendra; eres muy amable, pero ese día quiero que lo disfrutemos todas. 
—Perfecto, y pasando a otra cosa —dijo Magui saltando de su silla. 
—Se nos va a hacer tarde. 
Fuimos andando hasta el instituto. Como siempre, Magui continuaba parloteando, ahora del desfile de modas que vio en la televisión la noche anterior, de la armonía de los diseños, de cómo los diseñadores habían sacado partido de los complementos, y de la explosión de color de los modelitos. Sendra continuaba sin decir nada. Tenía la mirada perdida en el horizonte; entre sus cejas se marcaban unas pequeñas arrugas, parecía como si algo le preocupara y quisiera ver el qué, en la distancia. 
El examen fue más sencillo de lo que esperaba. Sendra fue la primera en salir de clase, su rostro seguía preocupado. Magui no tardó 

mucho en seguirle los pasos, siempre me ha sorprendido la rapidez con la que escribían. Terminé el mío y salí a reunirme con ellas. Las clases no habían concluido, con lo que el instituto tenía un aspecto desolador; bajé las escaleras esperando encontrármelas en la zona de recreo. No había nadie. 
El día era cálido, me tendí en el césped, el olor de los pinos inundaban el aire, y la suave brisa lo hacía aún más agradable. Supuse que las chicas habrían ido a tomar algo en la cafetería. Por un momento pensé en acercarme, pero estaba tan a gusto que me dejé llevar un poco. Por fin, he terminado el instituto, no me lo podía creer. Cerré los ojos dejando que el sol me diera en la cara, mi cuerpo se fue relajando poco a poco. De pronto, el sol se ocultó, y comencé a sentir frío; me incorporé, el césped estaba cubierto por una densa niebla, me apoyé sobre los codos, miré a mi espalda. El instituto estaba cubierto por una espesa hiedra que cubría las puertas y ventanas. 
Me puse en pie lentamente, comencé a caminar muy despacio, desconcertada; no, la palabra era aterrorizada. El corazón me latía fuertemente en el pecho, intenté respirar hondo para calmarme y encontrar lógica a todo aquello, pero el aire apenas entraba, provocándome un jadeo doloroso. Lo que antes eran unos hermosos pinos, se fueron convirtiendo en un espeso bosque. Ante mi atónita mirada, el instituto ya no estaba ahí. Con pies temblorosos caminaba mirando en todas las direcciones, intentando buscar algo familiar, algo que me orientara, pero el bosque se cerraba cada vez más; apuré el paso con una gran opresión en el pecho. De entre los gruesos árboles comenzaron a salir sombras que se movían a gran velocidad, giraban a mi alrededor ocultándose nuevamente en otros árboles. Sin dejarme distinguir quiénes o qué eran, una vocecilla en mi cabeza empezó a gritarme. 
—Corre, Nora; no te pares, corre, no mires atrás. 
Por instinto hice caso a esa voz que latía en mi cabeza, a la misma velocidad que mi corazón. 
—No mires, Nora, corre, corre… 

No podía. La angustia superaba el instinto, aunque sabía que el mirar atrás aminoraba la carrera. Giré la cabeza mientras corría; detrás de mí, a pocos pasos, estaba un hombre, muy alto y, aunque no veía su rostro por la oscuridad, pude distinguir el brillo de sus dientes en tanto sonreía. Estaba a punto de desvanecerme, el aire me faltaba, pero aun así, apuré la carrera. La holgada falda se enganchó en una rama, tiré de ella con fuerza, desgarrándola. 
La sonrisa del hombre se convirtió en una sonora carcajada que retumbó en todo el bosque. No podía ser, yo corría como una posesa mientras él caminaba detrás de mí, sin lograr ampliar la distancia entre nosotros. Tropecé en una rama cayendo en el suelo, me quedé paralizada; entretanto la vocecilla gritaba histérica. 
—Corre, corre, corre. 
No podía, temblaba de pánico, mi cuerpo parecía una frágil hoja azotada por el viento, me fui arrastrando en un intento por huir. Cuando se acercó, se quedó por un momento quieto con la cara ladeada y una sonrisa triunfal. 
—¿De veras pensaste que podías huir de mí?, ¿Tan estúpidos son tus guardianes, que creían poder burlarme, mi querida Nora? 
Su carcajada fue aún mayor, apreté las mandíbulas en un intento de parar el temblor que me recorría el cuerpo, mi garganta estaba seca por el pánico. 
—¿Quién…eres?, ¿qué… quie…res… de mí? 
—A ti, Nora, te quiero a ti, ya es hora de que pagues por lo que has hecho. 
Las lágrimas empezaron a surcar mi cara, cuando él estiró su mano para sujetarme por los hombros. 
—Nora, Nora. 
“¡Dios!, es la voz de Sendra; si no corro, la matará a ella también”. Miró hacia atrás, volvió a mirarme otra vez; con ojos de hielo y voz áspera, dijo: 

—Tendremos que continuar esta charla en otro momento. 
Rozó mi cara con su mano, cerré los ojos con fuerza intentando ahogar un grito, sentí cómo pasaba las manos sobre mis hombros. Comenzó a zarandearme, abrí los ojos con fuerza, sentándome de golpe, miré angustiada a mi alrededor. Todo estaba claro, el cielo lucía de un azul perfecto, mientras unas nubes danzaban perezosas en él. El aire era otra vez cálido, los pinos estaban en su lugar, Sendra continuaba zarandeándome con fuerza. La miré a la cara, su piel dorada estaba de un color ceniciento. 
—Nora, ¿qué te pasa?, ¿estás bien? 
—Estaba en un bosque, yo quería correr, pero no podía. 
Me abracé a ella y comencé a llorar, no podía contarle el sueño, no en este momento. En mis pesadillas siempre aparecía como una niña pequeña; esta vez era diferente, era yo quien estaba en peligro, mi yo actual. Un grupo de compañeros habían formado varios coros a nuestro alrededor, vi cómo Magui corría hacia nosotras. 
—¿Qué pasa?, ¿estás bien? 
—No, Magui, no está bien. Vamos a tener que hablar con Ros de esto. —Magui me cogió las manos. 
—Estás helada, vamos a casa, ya verás que todo pasa, cielo. ¡Vamos! —dijo Magui tirando de mí. 

Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

obra completa en:
www.elcorteingles.es

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