viernes, 17 de octubre de 2014

Capítulo 2


Capítulo 2

Sendra abrió la puerta del piso mientras Magui me ayudaba a entrar. Tenía el cuerpo totalmente dolorido, me dejé caer en el sofá del salón y comencé a masajearme la frente en un intento inútil de borrar la enorme jaqueca. Sendra se sentó en un pequeño sillón frente a mí con los brazos cruzados en su pecho, con una mezcla de ira y preocupación en su rostro. Magui se puso detrás del sillón y comenzó a masajearme los hombros.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, no te preocupes, Magui; es jaqueca, se me pasará.
—Sí, seguro —bufó Sendra.
—Vamos, Sendra, no es para tanto, solo ha sido un sueño, ¡como siempre!, sigo pensando que todo esto es por falta de unidad familiar.
—Magui, tú no estabas ahí. Se retorcía como si le estuvieran arrancando la piel. ¿Cuándo se ha quedado así después de uno de sus sueños?
A Magui se le tensaron los dedos en mis hombros. Rodeó el sofá para sentarse a mi lado, la tranquilidad había desaparecido de su rostro.
—¿No fue el sueño de siempre?
—No, esta vez era diferente. A pesar de la oscuridad del bosque, lo veía todo claramente, podía sentir la respiración de ese hombre detrás de mí, su aliento cuando me hablaba. Yo quería correr y salir de la oscuridad, podía ver que entre las copas de los árboles se filtraban pequeños rayos de luz, corría y corría y no podía llegar al claro, que no sé por qué, sabía que estaba detrás del bosque.
 —¿De qué me estás hablando?, ¿de una persecución en toda regla?
—Sí, bueno cualquier cambio es una novedad —dije formando una mala sonrisa, intentando no preocuparla. —Por lo menos esta vez, no sabía en qué terminaría el sueño.
Enterré las manos en mi pelo y continué masajeándome la cabeza. Magui se arrodilló delante de mí y me apartó las manos.
—No te preocupes, Nora, se te pasará, ya lo verás. Te traeré una de mis infusiones especiales, te sentará bien.
Arrugué la nariz con solo pensarlo. Esa era otra de las cualidades de Magui, tenía una infusión para cualquier dolor. Decía que era una tradición que en su familia pasaban de padres a hijos. La vi salir del salón, miré a Sendra.
—Vamos, Sendra, no te preocupes; solo ha sido un sueño.
—No, cielo, más bien una pesadilla, diría yo.
—Supongo que tienes razón —me pasaron pequeños flashes de la pesadilla; me recorrió un escalofrío.
—Deberías hablarlo con tu madre.
—Sí, claro, y ¿qué le voy a decir?: ¡hola, mamá! ¿Qué tal el viaje? ¿Sabes? Tu única hija flipa por momentos, ahora tengo un acosador en sueños, ¡¿no te parece genial?!
—No es eso, Nora, y lo sabes. Está claro que hay un problema; quién mejor que tu madre para ayudar. No sé, quizás ella sabe algo que tú desconces.
—Sendra, mírame soy una chica normal, en un mundo normal. Lo más dramático que me ha ocurrido fue la muerte de mi padre, y ni siquiera lo recuerdo, ¡solo tenía un año!
—Vale, quién te dice que no te diste un trastazo cuando eras pequeña. —Me hizo un gesto de desesperación.  No sé, quizás te quedaron secuelas.
No pude evitar poner los ojos en blanco. Desde luego cuando se ponía en su actitud protectora era insoportable.
—No me he dado ningún golpe, no tengo lesiones cerebrales, no me pasa nada, fue solo una pesadilla, y ya, por favor —le dije, mientras observaba a Magui entrar en el salón con una taza humeante.
—¿Qué es eso?
—No quieras saberlo, tómatelo todo. —El olor era repugnante, una mezcla de coles con canela.
—¡Huele fatal!
—Venga ya, pareces una chiquilla, ¿has metido tu nariz, alguna vez, en el bote del azúcar?
—La verdad es que no.
—Huele fatal, pero es muy dulce, tómatelo —me ordenó. Tomé un pequeño sorbo mientras arrugaba la nariz.
—¡Eh!, es cierto; sabe a nueces.
—Te lo dije, y te sentará muy bien. —Ahora hablaba con autosuficiencia en su voz. Sendra se levantó diciendo:
—Bueno, chicas, me voy a poner el chándal para correr un poco, necesito liberar tensiones.
—Si quieres, te puedo preparar una infusión a ti.
—No, gracias, prefiero correr; igual a la mía le pones veneno. —Magui le hizo un mohín, mientras la veía entrar en su habitación.
—¿Qué tal estás?
—Mejor, la verdad es que esto está buenísimo.
—Para que veas que no solo Sendra domina los fogones.
Sendra salió de su habitación con su chándal y el pelo recogido en una coleta.
—Chicas, me voy, llevo el móvil por si me necesitan.
—No te preocupes, estaré a salvo, todavía no me levanto sonámbula, ¿o sí? —Magui rió al ver mi cara.
—Yo no te he visto, pero esconderé los cuchillos, por si acaso.
—Están muy graciosillas las niñas hoy —dijo Sendra, mientras metía el móvil en el bolsillo de la sudadera. Magui se levantó, alzó su mano como si estuviera jurando.
—Te prometo solemnemente que si viene un acosador, y no es mono, te llamamos para que lo patees tú misma.
— Venga, vete ya. No seas paranoica, pareces una abuela.
Sendra entrecerró sus ojos mientras la miraba. Ellas tenían una especie de código con las miradas, que yo pasé de descifrarlo hacía mucho tiempo.
— Por cierto, ya que vas a salir, ¿por qué no sacas una peli? A Nora y a mí nos vendría bien.
—Vale y, ¿qué saco?, ¿Lobezno? Me han dicho que está muy bien.
—¡Ag!, ¿lo ves? ese es tu problema, mucha película bélica; ¿por qué no traes Dirty Dancing?
—¡No pienso ver eso otra vez!, me niego.
— ¿Por qué no?, ¡es tan romántica!  —le dijo poniendo sus dos manos sobre el pecho.
—No, Magui, es un cuesco de peli.
—Vale, chicas, déjenlo ya. ¿Por qué no traes una de humor? Y para ninguna de las dos.
— Justo —dijo Sendra, mientras salía.
Magui cogió su última revista de Vogue. La infusión estaba haciendo efecto, la jaqueca se había convertido en un vacío en la cabeza .Cerré los ojos en un intento de relajarme, recordé las palabras de Sendra; qué sentido tenía preocupar a mi madre con todo este asunto, con algo que ni siquiera era real. No es que estuviera viendo sombras y oyendo voces despierta. Llevaba tres meses sin verla, y desde luego cuando la tuviera a mi lado, de lo último que hablaría sería de esto. Mañana iré al centro comercial y me compraré algo bonito para recibirla. ¡Dios, cómo la he echado de menos! Siempre ha sido una de esas personas que te transmiten seguridad y un amor infinito, tanto que cuando murió mi padre, la gente le decía que era joven, que podía rehacer su vida, pero ella siempre ha tenido ojos solo para mí, y me llegó a parecer perfecto, exceptuando los momentos en que me dedicaba a hacer de celestina. Siempre ha estado a mi lado, apoyándome en todos mis proyectos y fantasías, siempre con palabras de ánimo y, sobre todo, con más amor del que nadie puede dar. Cuando decidí estudiar lejos de casa, pensé que se negaría, pero lejos de eso, me apoyó y me ayudó con todos los preparativos con optimismo, aunque yo sabía que le dejaba un gran vacío, el mismo vacío que me dejarán Magui y Sendra, cuando dentro de veinte días deje la residencia de estudiantes, para no volver más. Han sido cuatro años compartiéndolo todo, pero sé que me llevaré dos amigas para toda la vida.
—Estaba pensando en ir mañana por la mañana al centro comercial. ¿Te vienes?
—¡Uff!, mañana por la mañana quedé con el grupo de novatos que se encargará del periódico del instituto. Me presté voluntaria para explicarles lo que hemos hecho en estos cuatro años, y cómo funciona la edición y producción del periódico, pero si quieres, vamos después de la reunión.
—No pasa nada, no te preocupes, eso te ocupará toda la mañana.
—¿Por qué no se lo dices a Sendra?
—¿Sendra?, ¿nuestra Sendra?, preferirá caminar descalza sobre brasas, antes que ir de compras.
—En eso tienes razón. Cuando los hipermercados incluyeron vaqueros y camisetas, fue un alivio para ella; a lo único que se presta voluntaria es para ir al súper. ¡Dios, cómo le gusta comprar comida!
—No te quejes, para nosotras es un alivio.
—Y tanto que sí. ¿Se te ha pasado la jaqueca?
—Sí, solo me queda un poco de resaca. Me voy a dar una ducha para despejar la cabeza.
Me levanté desperezándome y fui al baño. Después de enjabonarme, me senté bajo el grifo y dejé correr el agua caliente hasta que se enfrió; la tensión había desaparecido por completo. Me puse el albornoz y fui al armario, estaba buscando algo cómodo cuando oí cerrar la puerta, tenía que ser Sendra. Me apresuré a coger un chándal. Cuando me di cuenta de que las voces que venían del salón eran un poco más acaloradas de lo normal, me extrañó un poco. Magui y Sendra discutían bastante, pero nunca habían llegado a gritarse. Me puse la ropa y salí del dormitorio. Cuando llegué al salón, estaban muy calladas una frente a la otra, no se decían nada; bueno, nada con palabras. Sus miradas lo decían todo.
—¿Qué pasa?
Magui quitó toda expresión de su rostro, y me dijo, con una sonrisa:
—No pasa nada, Nora. Aquí nuestra Sendra que está un poco maternal.
Sendra no disimuló su malestar. Se limitó a decir:
—Si yo fuera tu madre, ya te hubiera dado un par de azotes, pero solo me limito a expresar lo que pienso. Me voy a duchar —dijo entrando en el baño y dando un portazo.
—Pero ¿qué mosca le ha picado? —le dije a Magui mirando la puerta del baño.
—Ni caso, ya sabes cómo es.
—De eso nada, somos un equipo, y la regla de oro es que nos apoyamos las unas a las otras, y nos lo contamos todo. Déjame adivinar, ¿mis pesadillas?
—Está empeñada en que se lo contemos a tu madre. Yo le he dicho que tenías que ser tú quien lo hiciera. No es que piense que no tiene razón, pero creo que tienes que ser tú quien lo haga. Estoy contigo en que son sueños, pero estoy con ella en que de seguir así, te podría afectar, confío en que serás sensata y lo harás tú misma.
—Gracias por tu confianza. —No pude evitar la ironía en mi voz.
—Nora, no te lo tomes así, podría estar una semana enfadada con ella, pero contigo no, y lo sabes.
—Es que no lo entiendo, se toma las cosas de una manera que me pone enferma; de seguir así, será ella la que tenga que ir al psiquiatra.
—Lo hace porque te quiere, y se preocupa por ti.
—¿Ahora la defiendes? —le dije cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Es que en el fondo la quiero un poquito. — Me quedé mirando la mesita del salón, allí estaba la carátula del vídeo club.
—¿Qué película trajo?
Posdata te amo.
—Ah, súper cómica y después soy yo la que necesita terapia. —Magui soltó una carcajada.
—Di que sí. Bueno, voy a hacer palomitas en lo que la reina del humor se termina de duchar.
—Yo voy a buscar los pañuelos, nos va a hacer falta.
Cuando Sendra salió, ya lo teníamos todo dispuesto: las palomitas, las colas y, cómo no, la enorme caja de pañuelos. Se sentó sin decir nada, cogió la cola y se quedó mirando la tele. Le di al play. Visto que no había intención por ninguna de las tres en mantener una conversación. Nadie dijo nada en toda la película; solo se oían los sollozos míos o los de Magui de vez en cuando, mientras sacábamos un pañuelo tras otro. Cuando terminó la película, respiré hondo mientras me secaba los ojos.
—¡Qué triste! —le dije, mientras sacaba un nuevo pañuelo.
—Y, ¡qué romántico!, hay que amar a alguien de verdad para preocuparte, incluso, después de muerto —contestó Magui, en tanto se secaba las lágrimas. Miró a Sendra que dormía como un tronco.
—Y, después te preguntas cómo puede ser tan bestia diciendo las cosas, cómo puede dormirse con esta peli.  Definitivamente, la que tiene un problema es ella. Nora, si no la hubiera visto babear con los musculitos del equipo de lucha, diría que se nos ha colado un chico en el piso.
—Quizás es un chico —dije mirando a Sendra. Y es gay.
—No se me había ocurrido, y es lo suficiente retorcido para ella.
 Me acerqué a ella, moviéndola por el hombro.
—Sendra, Sendra.
—Qué… qué pasa —enfocó los ojos mirándome. Se incorporó bruscamente.
—¿Qué pasa?
     —Venga, grandulona, a la cama.
—Sí, me quedé transpuesta. ¿Estaba bien la película? —dijo, mientras caminaba dando tumbos hasta su cuarto.
—Súper divertida —dijo Magui, alzando un poco la voz para que la escuchara.
—Creo que yo también me voy a la cama. Buenas noches, Magui.
—Buenas noches, Nora, que descanses. Yo recojo esto y también me acuesto.
Me lavé los dientes y fui a mi mesa de estudio a recoger los libros que había dejado tirados por la mañana, los apilé todos como de costumbre. Me dejé caer en la cama, cuando llamaron a la puerta.
—Pasa, está abierto.
Magui entró en la habitación con otra taza en una mano, y un vaso de agua en otra.
—Te he traído otra infusión para que duermas tranquila.
—Gracias, no tenías que molestarte; huele muy bien.
—Siento decirte que su sabor no es tan agradable.
Tomé un sorbo, mi cara se arrugó como si me hubiera chupado un limón.
—Es asqueroso.
—Sí, lo sé, pero dormirás como un bebé. Tómate el agua después de la infusión. Buenas noches  —dijo, dejando el vaso en la mesilla antes de salir.
—Magui.
—¿Sí?
—Gracias.
—De nada, que descanses —dijo cerrando la puerta.
 Me tomé la infusión tapándome la nariz y, acto seguido, di buena cuenta del vaso de agua. Me volví a acostar dispuesta a dormir. El cuerpo reaccionó muy rápido, me fui relajando poco a poco hasta quedar totalmente dormida.


Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

obra completa en:
www.elcorteingles.es

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