Capítulo 2
Sendra abrió la puerta del piso mientras Magui me ayudaba a entrar.
Tenía el cuerpo totalmente dolorido, me dejé caer en el sofá del salón y comencé
a masajearme la frente en un intento inútil de borrar la enorme jaqueca. Sendra
se sentó en un pequeño sillón frente a mí con los brazos cruzados en su pecho,
con una mezcla de ira y preocupación en su rostro. Magui se puso detrás del
sillón y comenzó a masajearme los hombros.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, no te
preocupes, Magui; es jaqueca, se me pasará.
—Sí, seguro —bufó
Sendra.
—Vamos, Sendra, no
es para tanto, solo ha sido un sueño, ¡como siempre!, sigo pensando que todo
esto es por falta de unidad familiar.
—Magui, tú no
estabas ahí. Se retorcía como si le estuvieran arrancando la piel. ¿Cuándo se
ha quedado así después de uno de sus sueños?
A Magui se le
tensaron los dedos en mis hombros. Rodeó el sofá para sentarse a mi lado, la
tranquilidad había desaparecido de su rostro.
—¿No fue el sueño de siempre?
—No, esta vez era diferente. A pesar de la
oscuridad del bosque, lo veía todo claramente, podía sentir la respiración de
ese hombre detrás de mí, su aliento cuando me hablaba. Yo quería correr y salir
de la oscuridad, podía ver que entre las copas de los árboles se filtraban
pequeños rayos de luz, corría y corría y no podía llegar al claro, que no sé
por qué, sabía que estaba detrás del bosque.
—¿De qué me estás
hablando?, ¿de una persecución en toda regla?
—Sí, bueno cualquier cambio es una novedad —dije formando una mala
sonrisa, intentando no preocuparla. —Por lo menos esta vez, no sabía en qué
terminaría el sueño.
Enterré las manos en mi pelo y continué masajeándome la cabeza. Magui
se arrodilló delante de mí y me apartó las manos.
—No te preocupes, Nora, se te pasará, ya lo verás. Te traeré una de
mis infusiones especiales, te sentará bien.
Arrugué la nariz con solo pensarlo. Esa era otra de las cualidades
de Magui, tenía una infusión para cualquier dolor. Decía que era una tradición
que en su familia pasaban de padres a hijos. La vi salir del salón, miré a
Sendra.
—Vamos, Sendra, no te preocupes; solo ha sido un sueño.
—No, cielo, más bien una pesadilla, diría yo.
—Supongo que tienes razón —me pasaron pequeños flashes de la pesadilla; me recorrió un escalofrío.
—Deberías hablarlo con tu madre.
—Sí, claro, y ¿qué le voy a decir?: ¡hola, mamá! ¿Qué tal el viaje?
¿Sabes? Tu única hija flipa por momentos, ahora tengo un acosador en sueños,
¡¿no te parece genial?!
—No es eso, Nora, y lo sabes. Está claro que hay un problema; quién
mejor que tu madre para ayudar. No sé, quizás ella sabe algo que tú desconces.
—Sendra, mírame soy una chica normal, en un mundo normal. Lo más
dramático que me ha ocurrido fue la muerte de mi padre, y ni siquiera lo
recuerdo, ¡solo tenía un año!
—Vale, quién te dice que no te diste un trastazo cuando eras
pequeña. —Me hizo un gesto de desesperación. No sé, quizás te quedaron secuelas.
No pude evitar poner los ojos en blanco. Desde luego cuando se ponía
en su actitud protectora era insoportable.
—No me he dado ningún golpe, no tengo lesiones cerebrales, no me
pasa nada, fue solo una pesadilla, y ya, por favor —le dije, mientras observaba
a Magui entrar en el salón con una taza humeante.
—¿Qué es eso?
—No quieras saberlo, tómatelo todo. —El olor era repugnante, una
mezcla de coles con canela.
—¡Huele fatal!
—Venga ya, pareces una chiquilla, ¿has metido tu nariz, alguna vez,
en el bote del azúcar?
—La verdad es que no.
—Huele fatal, pero es muy dulce, tómatelo —me ordenó. Tomé un
pequeño sorbo mientras arrugaba la nariz.
—¡Eh!, es cierto; sabe a nueces.
—Te lo dije, y te sentará muy bien. —Ahora hablaba con
autosuficiencia en su voz. Sendra se levantó diciendo:
—Bueno, chicas, me voy a poner el chándal para correr un poco,
necesito liberar tensiones.
—Si quieres, te puedo preparar una infusión a ti.
—No, gracias, prefiero correr; igual a la mía le pones veneno. —Magui
le hizo un mohín, mientras la veía entrar en su habitación.
—¿Qué tal estás?
—Mejor, la verdad es que esto está buenísimo.
—Para que veas que no solo Sendra domina los fogones.
Sendra salió de su habitación con su chándal y el pelo recogido en
una coleta.
—Chicas, me voy,
llevo el móvil por si me necesitan.
—No te preocupes, estaré a salvo, todavía no me levanto sonámbula,
¿o sí? —Magui rió al ver mi cara.
—Yo no te he visto, pero esconderé los cuchillos, por si acaso.
—Están muy graciosillas las niñas hoy —dijo Sendra, mientras metía
el móvil en el bolsillo de la sudadera. Magui se levantó, alzó su mano como si
estuviera jurando.
—Te prometo solemnemente que si viene un acosador, y no es mono, te
llamamos para que lo patees tú misma.
— Venga, vete ya.
No seas paranoica, pareces una abuela.
Sendra entrecerró sus ojos
mientras la miraba. Ellas tenían una especie de código con las miradas, que yo
pasé de descifrarlo hacía mucho tiempo.
— Por cierto, ya que vas a salir, ¿por qué no sacas una peli? A Nora
y a mí nos vendría bien.
—Vale y, ¿qué saco?, ¿Lobezno?
Me han dicho que está muy bien.
—¡Ag!, ¿lo ves? ese es tu problema, mucha película bélica; ¿por qué
no traes Dirty Dancing?
—¡No pienso ver eso otra vez!, me niego.
— ¿Por qué no?, ¡es tan romántica! —le dijo poniendo sus dos manos sobre el pecho.
—No, Magui, es un cuesco de peli.
—Vale, chicas, déjenlo ya. ¿Por qué no traes una de humor? Y para
ninguna de las dos.
— Justo —dijo Sendra, mientras salía.
Magui cogió su última revista de Vogue. La infusión estaba haciendo
efecto, la jaqueca se había convertido en un vacío en la cabeza .Cerré los ojos
en un intento de relajarme, recordé las palabras de Sendra; qué sentido tenía
preocupar a mi madre con todo este asunto, con algo que ni siquiera era real.
No es que estuviera viendo sombras y oyendo voces despierta. Llevaba tres meses
sin verla, y desde luego cuando la tuviera a mi lado, de lo último que hablaría
sería de esto. Mañana iré al centro comercial y me compraré algo bonito para
recibirla. ¡Dios, cómo la he echado de menos! Siempre ha sido una de esas
personas que te transmiten seguridad y un amor infinito, tanto que cuando murió
mi padre, la gente le decía que era joven, que podía rehacer su vida, pero ella
siempre ha tenido ojos solo para mí, y me llegó a parecer perfecto, exceptuando
los momentos en que me dedicaba a hacer de celestina. Siempre ha estado a mi
lado, apoyándome en todos mis proyectos y fantasías, siempre con palabras de
ánimo y, sobre todo, con más amor del que nadie puede dar. Cuando decidí
estudiar lejos de casa, pensé que se negaría, pero lejos de eso, me apoyó y me
ayudó con todos los preparativos con optimismo, aunque yo sabía que le dejaba
un gran vacío, el mismo vacío que me dejarán Magui y Sendra, cuando dentro de
veinte días deje la residencia de estudiantes, para no volver más. Han sido
cuatro años compartiéndolo todo, pero sé que me llevaré dos amigas para toda la
vida.
—Estaba pensando en ir mañana por la mañana al centro comercial. ¿Te
vienes?
—¡Uff!, mañana por la mañana quedé con el grupo de novatos que se
encargará del periódico del instituto. Me presté voluntaria para explicarles lo
que hemos hecho en estos cuatro años, y cómo funciona la edición y producción
del periódico, pero si quieres, vamos después de la reunión.
—No pasa nada, no te preocupes, eso te ocupará toda la mañana.
—¿Por qué no se lo dices a Sendra?
—¿Sendra?, ¿nuestra Sendra?, preferirá caminar descalza sobre
brasas, antes que ir de compras.
—En eso tienes razón. Cuando los hipermercados incluyeron vaqueros y
camisetas, fue un alivio para ella; a lo único que se presta voluntaria es para
ir al súper. ¡Dios, cómo le gusta comprar comida!
—No te quejes, para nosotras es un alivio.
—Y tanto que sí. ¿Se te ha pasado la jaqueca?
—Sí, solo me queda un poco de resaca. Me voy a dar una ducha para
despejar la cabeza.
Me levanté desperezándome y fui al baño. Después de enjabonarme, me
senté bajo el grifo y dejé correr el agua caliente hasta que se enfrió; la
tensión había desaparecido por completo. Me puse el albornoz y fui al armario,
estaba buscando algo cómodo cuando oí cerrar la puerta, tenía que ser Sendra.
Me apresuré a coger un chándal. Cuando me di cuenta de que las voces que venían
del salón eran un poco más acaloradas de lo normal, me extrañó un poco. Magui y
Sendra discutían bastante, pero nunca habían llegado a gritarse. Me puse la
ropa y salí del dormitorio. Cuando llegué al salón, estaban muy calladas una
frente a la otra, no se decían nada; bueno, nada con palabras. Sus miradas lo
decían todo.
—¿Qué pasa?
Magui quitó toda expresión de su rostro, y me dijo, con una sonrisa:
—No pasa nada, Nora. Aquí nuestra Sendra que está un poco maternal.
Sendra no disimuló su malestar. Se limitó a decir:
—Si yo fuera tu madre, ya te hubiera dado un par de azotes, pero
solo me limito a expresar lo que pienso. Me voy a duchar —dijo entrando en el
baño y dando un portazo.
—Pero ¿qué mosca le ha picado? —le dije a Magui mirando la puerta
del baño.
—Ni caso, ya sabes cómo es.
—De eso nada, somos un equipo, y la regla de oro es que nos apoyamos
las unas a las otras, y nos lo contamos todo. Déjame adivinar, ¿mis pesadillas?
—Está empeñada en que se lo contemos a tu madre. Yo le he dicho que
tenías que ser tú quien lo hiciera. No es que piense que no tiene razón, pero
creo que tienes que ser tú quien lo haga. Estoy contigo en que son sueños, pero
estoy con ella en que de seguir así, te podría afectar, confío en que serás
sensata y lo harás tú misma.
—Gracias por tu confianza. —No pude evitar la ironía en mi voz.
—Nora, no te lo tomes así, podría estar una semana enfadada con
ella, pero contigo no, y lo sabes.
—Es que no lo entiendo, se toma las cosas de una manera que me pone
enferma; de seguir así, será ella la que tenga que ir al psiquiatra.
—Lo hace porque te quiere, y se preocupa por ti.
—¿Ahora la defiendes? —le dije cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Es que en el fondo la quiero un poquito. — Me quedé mirando
la mesita del salón, allí estaba la carátula del vídeo club.
—¿Qué película trajo?
—Posdata te amo.
—Ah, súper cómica y después soy yo la que necesita terapia. —Magui soltó una carcajada.
—Di que sí. Bueno, voy a hacer palomitas en lo que la reina del
humor se termina de duchar.
—Yo voy a buscar los pañuelos, nos va a hacer falta.
Cuando Sendra salió, ya lo teníamos todo dispuesto: las palomitas,
las colas y, cómo no, la enorme caja de pañuelos. Se sentó sin decir nada,
cogió la cola y se quedó mirando la tele. Le di al play. Visto que no había intención por ninguna de las tres en
mantener una conversación. Nadie dijo nada en toda la película; solo se oían
los sollozos míos o los de Magui de vez en cuando, mientras sacábamos un
pañuelo tras otro. Cuando terminó la película, respiré hondo mientras me secaba
los ojos.
—¡Qué triste! —le
dije, mientras sacaba un nuevo pañuelo.
—Y, ¡qué romántico!, hay que amar a alguien de verdad para
preocuparte, incluso, después de muerto —contestó Magui, en tanto se secaba las
lágrimas. Miró a Sendra que dormía como un tronco.
—Y, después te preguntas cómo puede ser tan bestia diciendo las
cosas, cómo puede dormirse con esta peli.
Definitivamente, la que tiene un problema es ella. Nora, si no la
hubiera visto babear con los musculitos del equipo de lucha, diría que se nos
ha colado un chico en el piso.
—Quizás es un chico —dije mirando a Sendra. Y es gay.
—No se me había ocurrido, y es lo suficiente retorcido para ella.
Me acerqué a ella, moviéndola por el hombro.
—Sendra, Sendra.
—Qué… qué pasa —enfocó los ojos mirándome. Se incorporó bruscamente.
—¿Qué pasa?
—Venga, grandulona, a la cama.
—Sí, me quedé transpuesta. ¿Estaba bien la película? —dijo, mientras
caminaba dando tumbos hasta su cuarto.
—Súper divertida —dijo Magui, alzando un poco la voz para que la
escuchara.
—Creo que yo también me voy a la cama. Buenas noches, Magui.
—Buenas noches, Nora, que descanses. Yo recojo esto y también me
acuesto.
Me lavé los dientes y fui a mi mesa de estudio a recoger los libros
que había dejado tirados por la mañana, los apilé todos como de costumbre. Me
dejé caer en la cama, cuando llamaron a la puerta.
—Pasa, está abierto.
Magui entró en la habitación con otra taza en una mano, y un vaso de
agua en otra.
—Te he traído otra infusión para que duermas tranquila.
—Gracias, no tenías que molestarte; huele muy bien.
—Siento decirte que su sabor no es tan agradable.
Tomé un sorbo, mi cara se arrugó como si me hubiera chupado un
limón.
—Es asqueroso.
—Sí, lo sé, pero dormirás como un bebé. Tómate el agua después de la
infusión. Buenas noches —dijo,
dejando el vaso en la mesilla antes de salir.
—Magui.
—¿Sí?
—Gracias.
—De nada, que descanses —dijo cerrando la puerta.
Me tomé la infusión
tapándome la nariz y, acto seguido, di buena cuenta del vaso de agua. Me volví
a acostar dispuesta a dormir. El cuerpo reaccionó muy rápido, me fui relajando
poco a poco hasta quedar totalmente dormida.
Texto con derechos de Autor. GC-576-13
ISBN: 978-84-616-7818-8
ISBN: 978-84-616-7527-2
obra completa en:
www.elcorteingles.es
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