viernes, 24 de octubre de 2014

Capitulo 3

Capitulo 3



Me desperté con una sonrisa, con sensación de alivio. Había soñado que estaba en algún bosque, caminaba muy despacio observando cada detalle del lugar, recreándome en cada pequeña flor, disfrutando del paseo. Magui y Sendra me acompañaban, parecía como si ellas lo conocieran a la perfección. Me paré y me quedé mirando un árbol; en sus ramas había dos pequeños pajarillos de colores muy intensos. Saltaban de una rama a otra en una especie de cortejo. El día era cálido. Sendra y Magui continuaron caminando, mientras yo observaba el hermoso cortejo.
Oí la voz cantarina de Magui llamarme, me dirigí hacia donde había escuchado la voz, subí un pequeño montículo para reunirme con ellas. Cuando alcancé la cima, me quedé sin aliento. Ellas me esperaban con una enorme sonrisa; el paisaje era hermoso. Estaban en un claro cubierto de flores de un malva brillante. La vegetación llegaba hasta un enorme lago de aguas cristalinas; en ellas se reflejaban unas majestuosas montañas que tenían las cumbres nevadas; parecía como si estas se estuvieran viendo en un espejo. El cielo era completamente azul y el sol lo inundaba todo, caminé hacia ellas.
Sonreí complacida. No recordaba cuándo había sido la última vez que había tenido un sueño agradable.
Me desperecé mirando el reloj de la mesita. “¡Dios!, las diez y media; esto sí es dormir”. Salté de la cama y me di una ducha rápida. Me puse unos vaqueros, una camiseta y las zapatillas de deporte. Teniendo en cuenta que Magui ya se habría ido, y no podía pasarme el examen de vestuario, mi intención era ir lo más cómoda posible; ya me regañaría cuando regresase. Me crucé la bandolera y salí de la habitación, mientras terminaba de sujetarme la coleta.
      Sendra estaba sentada en el sillón leyendo el periódico.
—Buenos días. —Levantó la vista de su lectura y me sonrió. “Bien, pensé, parece que se le ha quitado el mal humor”.
—Buenos días, bella durmiente.
—¿Se ha ido Magui ya?
—¡Escucha! ¿Oyes algo?
—No. ¿El qué? —Sendra sonrió.
—¿Tú crees que si Magui estuviera en casa, reinaría este silencio?
—Sin duda, no. —Me acerqué a ella sonriendo—.  Sendra, quería pedirte algo.
—Ya me lo dijo Magui, y la respuesta es no. ¡Sabes que no soporto los centros comerciales!
—No, no es eso. Verás, es sobre lo de ayer. La verdad es que aprecio mucho tu opinión, y sé que tienes razón. Y sabes que nunca le he ocultado nada a mi madre, no lo voy a hacer ahora. Pero llevo tres meses sin verla, viene mañana para celebrar mi cumpleaños, será como una pequeña fiesta y no quiero estropear el día.
Sendra suspiró como si quisiese liberarse del cansancio. Estaba segura de que aún seguía dándole vueltas al asunto.
—¿Me prometes que lo hablarás con ella?
—Te lo prometo, pero cuando llegue a casa.
—Siento mucho cómo me puse ayer; me asusté de verdad. Eres la más madura de las tres; la verdad es que no te veo escondiéndote ante un problema.
—Que alguien como tú me califique como madura, sube bastante la moral.
—Siempre ha sido así, Nora. Tú, la madura; yo, la hermana mayor y Magui, la loca rematada.
—Por cierto, ¿qué se puso hoy?
—El vestido ese de “Dio”, y unos tacones que podían ser armas blancas.
—Christian Dior, ¡burra!
—Vale, lo que tú digas, pero me parece que se pasa un poco. Parecía la editora jefe de una revista de tirada nacional, más que la de un instituto. La niña se pasa un poquito, ¿no te parece?
     —¿Y desde cuándo sabes tú cómo se viste una redactora jefe? —le reproché.
—¡Eh!, que en el periódico también salen las damas de alta categoría,  y me fijo en los detalles. Por ejemplo, ni de coña saldrías tú de casa con esa pinta, si ella estuviera aquí —dijo señalando mi ropa.
—¿Qué tiene de malo lo que me he puesto?
—Para mí, nada. Es más, me parece perfecta —la comodidad ante todo—, pero reconoce que si hubiera estado aquí, te hubiera llevado a rastras a tu armario, o lo que es peor, al suyo.
No pude evitar escuchar los reproches de Magui en mi cabeza; me dirigí rápidamente a la salida diciendo:
—¿Sabes qué? Tienes razón; me voy, no se le ocurra llegar pronto.
—¿Y perderse el placer de deslumbrar a los pequeños novatos, con sus grandes conocimientos en el arte de la edición? —dijo gesticulando con las manos—.  No lo creo, además no has desayunado. —Dudé un momento con el pomo de la puerta en la mano.
—No me arriesgo; tomaré algo en el centro comercial.
—¡Cobarde!
—Sí —le dije abriendo la puerta. En estos momentos soy una cobarde, que está muy cómoda   —le dije guiñándole un ojo.
—¡Que te diviertas!
—Lo mismo digo y disfruta del silencio —le dije, mientras cerraba la puerta.
Cuando salí del edificio, dudé entre ir caminando o coger una de las bicis de la residencia. Definitivamente, iría caminando. Si conseguía todo lo que quería comprar, lo pasaría muy mal con los paquetes y la bici.
Llegué a la garita de seguridad del recinto; allí estaba Marcos, un italiano muy alto y fuerte. Yo le calculaba unos cincuenta años. A pesar de su edad, se le veía en perfecta forma física. Siempre estaba silbando una cancioncilla, que no sé por qué, me imaginé que sería una melodía de su país.
—Buenos días, Marcos.
—Buenos días, Srta. Nora, ¿no va a clase hoy?
—No, ayer terminé el último examen; los del último curso no estamos obligados a ir.
—¿El último curso ya? ¿Ya han pasado cuatro años? Dios no me envió hijos, pero me puso en este trabajo para que viera lo rápido que se hace uno viejo.
—No diga eso, Marcos, está usted estupendo. Bueno, me voy al centro comercial de compras.
—Gracias, jovencita, pero aún tengo espejo en el baño. Mucho cuidado, señorita, que con las nuevas matrículas, hay mucho extraño por ahí suelto y, sobre todo, no vacíe las tiendas —dijo mientras abría la reja.
—Lo intentaré. Ciao, Marcos.
Ciao, Srta. Nora.
Comencé a caminar por la ancha avenida. Sin duda, era un paseíto, pero el día ayudaba bastante. La calle estaba muy concurrida por la llegada de los nuevos alumnos al instituto y de padres que acompañaban a sus hijos para ver las instalaciones antes de matricularlos, todos con cara de sorpresa. Había que reconocer que no terminaba de hacerse una idea del lugar, hasta que no llegase hasta aquí. Mientras me los tropezaba, me fui imaginando sus historias, padres demasiado ocupados con sus trabajos para atender a adolescentes, hijos deseosos de salir de la vigilancia de sus padres, gente humilde observadora de lo que les gustaría dar a sus hijos, pero que no podrían pagar con sus salarios.
Cuando me quise dar cuenta, ya había llegado. Estaba hambrienta, hice la primera parada en el Calipso, me senté en una de las mesas, enseguida llegó Ángela. Era muy delgada, supuse que porque no paraba quieta en ningún sitio; siempre estaba sirviendo mesas o limpiando algo.
—Hola, Nora, ¿qué tal? —dijo sacando la libreta del bolsillo trasero.
—Muy bien, gracias.
—Oye, ¿y Magui y Sendra?
—Hoy me han abandonado, pero las verás mañana. Viene mi madre para celebrar mi cumpleaños, y lo festejaremos aquí.
—¡Genial!, le diré a Fran que prepare la tarta de nueces que te gusta.  Protestará un poco, me dirá: "la tarta de nueces solo la hacemos los jueves" —dijo con voz ronca. Pero, utilizaré mis mejores dotes de seducción. Bueno, ¿qué vas a tomar?
—Un zumo de melocotón y… hoy es jueves, ¿no?
      Ángela soltó una carcajada y dijo:
—Por todo el día; te lo traigo enseguida.
Me puse a mirar por la cristalera de la cafetería. Esta daba a la calle, la zona era muy tranquila. Se veía pasar de vez en cuando a alguna persona o coche. El centro comercial estaba rodeado por edificios, pero aun así no daba la sensación de agobio. Me fijé que, apoyado en la pared del edificio que estaba al otro lado de la calle, había un chico de unos veinte o veinticinco años. Era muy alto, su color de piel era ceniciento, como el de las personas que tienen algún problema de salud. Llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta descolorida; el pelo muy oscuro, casi negro, lo tenía recogido en una coleta, aunque no podía estar segura del todo. Se lo cubría en su mayoría una gorra con una visera muy larga para mi gusto; esta era tan exagerada como sus gafas de sol. Aunque lo que me llamó la atención fue su cazadora de cuero. La llevaba desabrochada, pero el cuello totalmente subido a lo Elvis. A pesar de no verle los ojos por las gafas y la distancia, estaba segura de que me observaba.
—Aquí tienes, encanto —dijo Ángela. Desvié la mirada hacia ella.
—Muchos extraños por la zona, ¿no?
—Sí, pero ya sabes, en estas fechas es normal.
Giré la barbilla un poco hacia la cristalera, para señalarle al tipo que estaba fuera, y volví a mirarla.
—Hay algunos que no tienen pinta de estudiantes, ni de padres preocupados por la educación de sus hijos. —Ella miró disimuladamente.
—Y tanto, ¿qué hace con esa chaqueta con el calor que hace?
—Yo me preguntaba lo mismo, ¿quizás es un detective privado? —Ángela rió con el comentario.
—Pues déjame decirte que lo hace fatal. Ese tiene más pinta de correr delante de los buenos, y no se me ocurre que nadie de por aquí necesite de esos servicios.
Me guiñó un ojo, y se fue a atender a otra mesa; me tomé el desayuno sin darle más vueltas al asunto. Mientras hacía mis planes mentales, eché un rápido vistazo a la cristalera antes de levantarme; desde ese ángulo no se veía por ninguna parte.
—Me voy, Ángela, te dejé el dinero en la mesa, nos vemos mañana.
Ok, nos vemos.
Salí de la cafetería, miré de reojo al otro lado de la calle; definitivamente, el tipo ya no estaba. Subí las escaleras mecánicas hasta la zona donde estaban las tiendas.
Comencé a vagabundear por las tiendas de una planta a la otra, compré un vestido y unos zapatos con el bolso a juego. Cuando viera a mi madre mañana quería estar guapa. Al pasar por la floristería, vi unas flores que me recordaron a las de mi sueño de la noche anterior; no pude resistirme.
—Perdón, caballero, ¿cómo se llaman estas flores? —El señor se acercó.
—Pensamiento gigante; son muy bonitas, ¿quiere un ramillete, señorita?
—Sí, por favor, me quedarán perfectas en el salón —le dije mientras le daba un billete de diez. Las envolvió con el mimo que pone alguien que adora las flores y me las entregó junto con el cambio.
—Muchas gracias, señorita. Que pase usted un buen día.
—Igualmente, caballero —le contesté. Al girarme, el aire se me atragantó en la garganta; otra vez el mismo tipo, lo esquivé y salí a la terraza; ya me estaba poniendo un poco nerviosa. Miré el reloj, me paré al ver las horas que llevaba en el centro comercial. Fui al puesto de perritos calientes, compré uno dispuesta a hacer tiempo hasta que desapareciera del pasillo de salida. Me senté a comérmelo en el borde de la fuente, lo vi entrar en la terraza, observé cómo me buscaba o eso me pareció; seguía sin quitarse las gafas. Se fue acercando con paso lento, de los que saben por dónde caminar; todo en ese chico me hacía saltar las alarmas. Solo le faltaba un cartel que dijera “¡PELIGRO!”. Intenté disimular mirando a otro lado, no pude.
Cuando pasó junto a mí sonrió abiertamente mostrando su perfecta dentadura, y siguió de largo. El escalofrío recorrió todo mi cuerpo, me levanté tirando el resto del perrito caliente a la papelera y volví a entrar. Fui derecha a la tienda de complementos a buscar los últimos detalles. En el escaparate, vi un brazalete con formas irregulares; en cuanto lo vi, pensé en las chicas. Decidí que compraría uno para cada una; sería algo simbólico que nos recordara siempre lo que habíamos compartido.
—Hola, querría tres brazaletes de los que tiene en el escaparate. —Cuando me giré para mostrárselo, estaba otra vez allí, apoyado en una columna enfrente de la tienda, sonriendo; me quedé paralizada.
—¿Se encuentra bien, señorita?
—¿Eh?, ¡sí, sí! —le dije acercándome y mostrándole lo que quería.
—Se los puedo grabar, si quiere. Mire, esto es celta; este tipo de letras irán muy bien con el brazalete  —dijo, abriendo un libro y mostrándome los tipos de letras.
 —Estas dos palabras significan ‘para siempre’.
 —Genial. Me pone en uno, Magui; en otro, Sendra y, en el último, Nora. A continuación, “para siempre”.
 —Bien, deme cinco minutos —dijo sonriendo.
Desapareció en un cuartito que estaba detrás del mostrador; comencé a caminar por la tienda fingiendo que miraba la bisutería. Cuando levanté la vista, seguía ahí. Tiró el cigarro que estaba fumando, sonrió, se movió despacio. Pude notar cómo el corazón comenzó a latir con fuerza en mi pecho, lo vi aplastar la colilla y continuó caminando despacio, sin prisa. Me estaba poniendo histérica, parecía un león enjaulado. Una cosa es soñar que te acosen y otra muy distinta es que lo hagan cuando estás despierta. “Piensa Nora, no es para tanto, igual está haciendo tiempo esperando por alguien. Te lo has tropezado unas cuantas veces, no pasa nada”. El dependiente me sacó de mis pensamientos.
—Srta., esto ya está, ¿le parece bien así? —Cogí los brazaletes.
—Perfecto, los grabados son preciosos, le han quedado fantásticos, ¿me los podría empaquetar?
—Por supuesto —dijo sonriente. Comenzó a empaquetarlos, entretanto yo continuaba convenciéndome de mi teoría. Le pagué la factura y salí de la tienda.
 Caminé en dirección contraria a la que había tomado el chico, mirando hacia atrás de vez en cuando. Bajé por las escaleras mecánicas, volví a mirar, no sé de dónde había salido, pero estaba ahí. Cuando salí de la escalera, vi la tienda de ropa interior femenina; esta sería la prueba de fuego. Si entraba ahí, definitivamente tenía un problema. Accedí a la tienda, y él detrás de mí. Comencé a mirar los percheros buscándolo a través de los espejos que cubrían gran parte de las paredes. “¿Qué demonios hacía un tipo como ese en una tienda de lencería?”; desde luego no lo veía comprando ropa interior. La dependienta nos miró, era una señora mayor y mi cara creo que lo decía todo; ella me sonrió y se acercó a él.
—Buenas tardes, ¿le puedo ayudar? —Él la miró de arriba abajo, y le levantó la mano en señal de negación.
—Si me dice qué busca, estaré encantada de ayudarle. —Ella me miró guiñándome un ojo. Desde luego eso sí era psicología; comenzó a parlotear. Lo tomó del brazo de forma maternal, llevándolo al fondo de la tienda. Esta era la mía, salí a toda pastilla, sorteando a la gente. Fuera del centro comercial, corrí literalmente a la parada de taxis, tiré las bolsas dentro y le indiqué la dirección al taxista mientras cerraba la puerta. Miré por el cristal trasero, no había rastro de él. Me enterré en el sillón suspirando. Cuando llegamos a la entrada de la residencia, me recliné sobre el asiento del conductor.
 —Déjeme aquí, ya entraré caminando. —Le pagué la carrera y bajé del taxi con todos los paquetes. Marcos se acercó a la puerta con expresión desaprobatoria.
 —¡Vaya!, al final parece que desvalijaste todas las tiendas.
—Más bien, desvalijé la tarjeta; las tiendas todavía tienen mercancía, aunque ya me hubiera gustado vaciarlas. —Marcos abrió la reja, con una sonrisa.
 —Eso tiene que ser un gen femenino. Cuando mi señora sale de compras, tiemblo.
 —¿Cuánto le costaron las entradas del último partido?
 —Eso es diferente, es cultura deportiva  —dijo haciendo un gesto con las manos para que viese la importancia.
 —Sí ya, súper cultural —le dije con una sonrisa mientras pasaba la reja. Estaba oscureciendo cuando llegué al edificio; quedaba poco rastro del sol, se ocultaba tras los árboles, recortando sus copas con una mezcla de colores, rojizos, amarillos y púrpuras. Subí al piso, desesperada por soltar las bolsas, las tiré en el suelo del salón y me recosté en el sofá.
 —Hola, chicas, ya estoy en casa. —Magui salía del baño con una cesta de ropa sucia, la dejó caer en el suelo llevándose una mano al pecho.
 —¡Dios mío, Nora!, no me digas que saliste de compras con esa pinta. —Tumbada como estaba, miré mis ropas.
 —¡Qué tiene de malo mi ropa!
 —Que, ¡¿qué tiene de malo?! Parece que fuiste a ordeñar vacas.
 —¡Eh!, un respeto por las granjeras.
 —Sí las respeto, y muchísimo. Evidentemente tienen más sentido común que tú para elegir el vestuario. Estoy completamente segura de que para ir a un centro comercial, se pondrían bastante más monas de lo que lo has hecho tú.
—Bueno, míralo así; mi asesora de imagen se fue a una reunión, dejándome tirada, no fui capaz de encontrar nada más apropiado que ponerme. Mi disgusto fue tal, que me puse estos magníficos y súper cómodos vaqueros, con unas zapatillas de deporte y esta triste camiseta. Y lo que es peor, ¡me fui al centro comercial!, compré un montón de cosas, entre ellas un regalito para esa mala amiga, que me deja tirada en momentos tan cruciales de mi vida —le dije señalándole las bolsas.
—¡Ja, ja! ¡Vale!, me rindo, enséñamelo todo —dijo corriendo ansiosa hacia mí.
—Coge esa —le dije señalando una.
—¡Oh, Nora!, es precioso. ¿Ves?, esto sí es un vestido.
—¡Ah!, ya veo diferencia. Eso, un vestido; esto, unos vaqueros, y… en esa bolsa de ahí, unos zapatos que deberían estar prohibidos.
Se tiró como loca a abrir la caja. Magui estaba obsesionada con la moda, pero los zapatos eran su perdición; si a eso le añadías un bolso a juego, estaba perdida del todo.
 —¿Dónde está Sendra?
 —En la cocina haciendo prácticas de comida vegetariana, y el mp4 puesto para no oírme.
—¡Qué chasco!, pensé que no te habías dado cuenta, nada más lejos que intentar herir tus sentimientos —dijo Sendra apoyada en el marco de la puerta, mientras se quitaba los auriculares. Se acercó a nosotras cogiendo el ramito de flores.
—Pensamientos gigantes, ¿dónde los conseguiste?
—En el centro, los vi y no pude resistirme. Es curioso, anoche soñé con ellas. El sueño fue tan agradable, para variar, que quise traer un fragmento de él.
—Te dije que esa infusión era milagrosa.
—Pues ya podías haber pasado esa información unos meses atrás —protesté.
—El problema de esta es que no puedes abusar de ella; uno de sus componentes es adictivo      —dijo abriendo la bolsa de la peletería.
  —¡Oh, Nora!, estos zapatos son espectaculares, y el bolso es…, es…, es una pena que lleves dos números más que yo. ¡Ay, por números,…! Llamó tu madre, te dejaste el móvil en casa, como siempre. Me pidió que te dijera que mañana vendrá temprano, decidió tomarse unos días de vacaciones, quedamos a la once de la mañana en el Calipso.
 —¡Genial!, estoy impaciente por verla—Cogí el paquete más pequeño, le entregué uno a cada una.
—Esto es para ustedes.
—No tenías por qué hacerlo —dijo Sendra.
—¿Cómo que no?, con la paliza que les he dado últimamente, además yo tengo otro, es algo simbólico, que nos recuerde la unión que hemos tenido. —Las dos me abrazaron.
—Bueno, bueno, chicas, que me pongo tierna, y empiezo a llorar.
—Lo abro yo primero —dijo Magui, abriendo el suyo.
—Nora, es precioso. ¿Qué significan estos grabados? Parecen letras, solo distingo mi nombre. Creo que la que va a llorar soy yo.
—Es celta, significa ‘para siempre’. Sendra, tu turno. —Ella lo abrió despacio, se quedó en silencio un momento observando su brazalete.
—Gracias, Nora. No te puedes imaginar lo que esto significa para mí, el valor que tiene, “para siempre” —me dijo con la satisfacción que pone una persona a la que le han entregado una medalla al mérito.
 —Me alegro de que les guste —les dije, poniéndome el mío.
 —Bueno, la cena ya está. ¿Comemos?
 —Sí, estoy hambrienta, hoy me he olvidado hasta de comer —le dije saltando del sofá.
Cenamos como siempre, hablando de las cosas que habíamos hecho durante el día. Por supuesto, no comenté nada del misterioso chico, no tenía ganas de que Sendra me diera la charla, y estropear el momento.
 —Estaba todo buenísimo —dijo Magui.
 —Lo tomaré como un cumplido viniendo de ti.
 —No vayan a empezar. Es verdad, está exquisito; creo que el pantalón me va a reventar.
Magui me miró de reojo.
 —Dios no hace ese tipo de milagros, pero si quieres, yo los puedo quemar.
 —Ni se te ocurra, te creo muy capaz. Oye, ¿crees que si me tomo otra infusión como la de anoche, tendré que ir a una clínica de desintoxicación?
—Bueno, creo que por una más, no pasa nada; ¿quieres una Sendra?
—No, yo no tengo problemas para dormir, gracias.
—Desde luego tú podrías hacerlo en el borde de un acantilado.
Se levantó y empezó a abrir sus botes y a poner hierbas en un cazo; parecía una hermosa hechicera. Cuando ya lo tenía todo, comenzó a darle vueltas con mucho mimo. Para ella era como un ritual, era una de las pocas cosas que hacía en silencio. Sendra recogía la mesa en lo que yo fregaba los platos. Cuando terminé, Magui estaba sentada en la mesa con la infusión.
—Si la dejas enfriar, no tendrá el mismo efecto.  —Me la tomé de tres tragos rápidos como el que se toma un jarabe. Apuré el vaso de agua y me levanté.
—Chicas, me voy a la cama, estoy rota. Buenas noches.
—Buenas noches —dijeron las dos.
Solo fui capaz de quitarme las zapatillas y los vaqueros. Me arrastré hasta la cama; desde luego esta infusión podría competir con los mejores somníferos. No era de extrañar que fuera adictiva.


Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

obra completa en:
www.elcorteingles.es

viernes, 17 de octubre de 2014

Capítulo 2


Capítulo 2

Sendra abrió la puerta del piso mientras Magui me ayudaba a entrar. Tenía el cuerpo totalmente dolorido, me dejé caer en el sofá del salón y comencé a masajearme la frente en un intento inútil de borrar la enorme jaqueca. Sendra se sentó en un pequeño sillón frente a mí con los brazos cruzados en su pecho, con una mezcla de ira y preocupación en su rostro. Magui se puso detrás del sillón y comenzó a masajearme los hombros.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, no te preocupes, Magui; es jaqueca, se me pasará.
—Sí, seguro —bufó Sendra.
—Vamos, Sendra, no es para tanto, solo ha sido un sueño, ¡como siempre!, sigo pensando que todo esto es por falta de unidad familiar.
—Magui, tú no estabas ahí. Se retorcía como si le estuvieran arrancando la piel. ¿Cuándo se ha quedado así después de uno de sus sueños?
A Magui se le tensaron los dedos en mis hombros. Rodeó el sofá para sentarse a mi lado, la tranquilidad había desaparecido de su rostro.
—¿No fue el sueño de siempre?
—No, esta vez era diferente. A pesar de la oscuridad del bosque, lo veía todo claramente, podía sentir la respiración de ese hombre detrás de mí, su aliento cuando me hablaba. Yo quería correr y salir de la oscuridad, podía ver que entre las copas de los árboles se filtraban pequeños rayos de luz, corría y corría y no podía llegar al claro, que no sé por qué, sabía que estaba detrás del bosque.
 —¿De qué me estás hablando?, ¿de una persecución en toda regla?
—Sí, bueno cualquier cambio es una novedad —dije formando una mala sonrisa, intentando no preocuparla. —Por lo menos esta vez, no sabía en qué terminaría el sueño.
Enterré las manos en mi pelo y continué masajeándome la cabeza. Magui se arrodilló delante de mí y me apartó las manos.
—No te preocupes, Nora, se te pasará, ya lo verás. Te traeré una de mis infusiones especiales, te sentará bien.
Arrugué la nariz con solo pensarlo. Esa era otra de las cualidades de Magui, tenía una infusión para cualquier dolor. Decía que era una tradición que en su familia pasaban de padres a hijos. La vi salir del salón, miré a Sendra.
—Vamos, Sendra, no te preocupes; solo ha sido un sueño.
—No, cielo, más bien una pesadilla, diría yo.
—Supongo que tienes razón —me pasaron pequeños flashes de la pesadilla; me recorrió un escalofrío.
—Deberías hablarlo con tu madre.
—Sí, claro, y ¿qué le voy a decir?: ¡hola, mamá! ¿Qué tal el viaje? ¿Sabes? Tu única hija flipa por momentos, ahora tengo un acosador en sueños, ¡¿no te parece genial?!
—No es eso, Nora, y lo sabes. Está claro que hay un problema; quién mejor que tu madre para ayudar. No sé, quizás ella sabe algo que tú desconces.
—Sendra, mírame soy una chica normal, en un mundo normal. Lo más dramático que me ha ocurrido fue la muerte de mi padre, y ni siquiera lo recuerdo, ¡solo tenía un año!
—Vale, quién te dice que no te diste un trastazo cuando eras pequeña. —Me hizo un gesto de desesperación.  No sé, quizás te quedaron secuelas.
No pude evitar poner los ojos en blanco. Desde luego cuando se ponía en su actitud protectora era insoportable.
—No me he dado ningún golpe, no tengo lesiones cerebrales, no me pasa nada, fue solo una pesadilla, y ya, por favor —le dije, mientras observaba a Magui entrar en el salón con una taza humeante.
—¿Qué es eso?
—No quieras saberlo, tómatelo todo. —El olor era repugnante, una mezcla de coles con canela.
—¡Huele fatal!
—Venga ya, pareces una chiquilla, ¿has metido tu nariz, alguna vez, en el bote del azúcar?
—La verdad es que no.
—Huele fatal, pero es muy dulce, tómatelo —me ordenó. Tomé un pequeño sorbo mientras arrugaba la nariz.
—¡Eh!, es cierto; sabe a nueces.
—Te lo dije, y te sentará muy bien. —Ahora hablaba con autosuficiencia en su voz. Sendra se levantó diciendo:
—Bueno, chicas, me voy a poner el chándal para correr un poco, necesito liberar tensiones.
—Si quieres, te puedo preparar una infusión a ti.
—No, gracias, prefiero correr; igual a la mía le pones veneno. —Magui le hizo un mohín, mientras la veía entrar en su habitación.
—¿Qué tal estás?
—Mejor, la verdad es que esto está buenísimo.
—Para que veas que no solo Sendra domina los fogones.
Sendra salió de su habitación con su chándal y el pelo recogido en una coleta.
—Chicas, me voy, llevo el móvil por si me necesitan.
—No te preocupes, estaré a salvo, todavía no me levanto sonámbula, ¿o sí? —Magui rió al ver mi cara.
—Yo no te he visto, pero esconderé los cuchillos, por si acaso.
—Están muy graciosillas las niñas hoy —dijo Sendra, mientras metía el móvil en el bolsillo de la sudadera. Magui se levantó, alzó su mano como si estuviera jurando.
—Te prometo solemnemente que si viene un acosador, y no es mono, te llamamos para que lo patees tú misma.
— Venga, vete ya. No seas paranoica, pareces una abuela.
Sendra entrecerró sus ojos mientras la miraba. Ellas tenían una especie de código con las miradas, que yo pasé de descifrarlo hacía mucho tiempo.
— Por cierto, ya que vas a salir, ¿por qué no sacas una peli? A Nora y a mí nos vendría bien.
—Vale y, ¿qué saco?, ¿Lobezno? Me han dicho que está muy bien.
—¡Ag!, ¿lo ves? ese es tu problema, mucha película bélica; ¿por qué no traes Dirty Dancing?
—¡No pienso ver eso otra vez!, me niego.
— ¿Por qué no?, ¡es tan romántica!  —le dijo poniendo sus dos manos sobre el pecho.
—No, Magui, es un cuesco de peli.
—Vale, chicas, déjenlo ya. ¿Por qué no traes una de humor? Y para ninguna de las dos.
— Justo —dijo Sendra, mientras salía.
Magui cogió su última revista de Vogue. La infusión estaba haciendo efecto, la jaqueca se había convertido en un vacío en la cabeza .Cerré los ojos en un intento de relajarme, recordé las palabras de Sendra; qué sentido tenía preocupar a mi madre con todo este asunto, con algo que ni siquiera era real. No es que estuviera viendo sombras y oyendo voces despierta. Llevaba tres meses sin verla, y desde luego cuando la tuviera a mi lado, de lo último que hablaría sería de esto. Mañana iré al centro comercial y me compraré algo bonito para recibirla. ¡Dios, cómo la he echado de menos! Siempre ha sido una de esas personas que te transmiten seguridad y un amor infinito, tanto que cuando murió mi padre, la gente le decía que era joven, que podía rehacer su vida, pero ella siempre ha tenido ojos solo para mí, y me llegó a parecer perfecto, exceptuando los momentos en que me dedicaba a hacer de celestina. Siempre ha estado a mi lado, apoyándome en todos mis proyectos y fantasías, siempre con palabras de ánimo y, sobre todo, con más amor del que nadie puede dar. Cuando decidí estudiar lejos de casa, pensé que se negaría, pero lejos de eso, me apoyó y me ayudó con todos los preparativos con optimismo, aunque yo sabía que le dejaba un gran vacío, el mismo vacío que me dejarán Magui y Sendra, cuando dentro de veinte días deje la residencia de estudiantes, para no volver más. Han sido cuatro años compartiéndolo todo, pero sé que me llevaré dos amigas para toda la vida.
—Estaba pensando en ir mañana por la mañana al centro comercial. ¿Te vienes?
—¡Uff!, mañana por la mañana quedé con el grupo de novatos que se encargará del periódico del instituto. Me presté voluntaria para explicarles lo que hemos hecho en estos cuatro años, y cómo funciona la edición y producción del periódico, pero si quieres, vamos después de la reunión.
—No pasa nada, no te preocupes, eso te ocupará toda la mañana.
—¿Por qué no se lo dices a Sendra?
—¿Sendra?, ¿nuestra Sendra?, preferirá caminar descalza sobre brasas, antes que ir de compras.
—En eso tienes razón. Cuando los hipermercados incluyeron vaqueros y camisetas, fue un alivio para ella; a lo único que se presta voluntaria es para ir al súper. ¡Dios, cómo le gusta comprar comida!
—No te quejes, para nosotras es un alivio.
—Y tanto que sí. ¿Se te ha pasado la jaqueca?
—Sí, solo me queda un poco de resaca. Me voy a dar una ducha para despejar la cabeza.
Me levanté desperezándome y fui al baño. Después de enjabonarme, me senté bajo el grifo y dejé correr el agua caliente hasta que se enfrió; la tensión había desaparecido por completo. Me puse el albornoz y fui al armario, estaba buscando algo cómodo cuando oí cerrar la puerta, tenía que ser Sendra. Me apresuré a coger un chándal. Cuando me di cuenta de que las voces que venían del salón eran un poco más acaloradas de lo normal, me extrañó un poco. Magui y Sendra discutían bastante, pero nunca habían llegado a gritarse. Me puse la ropa y salí del dormitorio. Cuando llegué al salón, estaban muy calladas una frente a la otra, no se decían nada; bueno, nada con palabras. Sus miradas lo decían todo.
—¿Qué pasa?
Magui quitó toda expresión de su rostro, y me dijo, con una sonrisa:
—No pasa nada, Nora. Aquí nuestra Sendra que está un poco maternal.
Sendra no disimuló su malestar. Se limitó a decir:
—Si yo fuera tu madre, ya te hubiera dado un par de azotes, pero solo me limito a expresar lo que pienso. Me voy a duchar —dijo entrando en el baño y dando un portazo.
—Pero ¿qué mosca le ha picado? —le dije a Magui mirando la puerta del baño.
—Ni caso, ya sabes cómo es.
—De eso nada, somos un equipo, y la regla de oro es que nos apoyamos las unas a las otras, y nos lo contamos todo. Déjame adivinar, ¿mis pesadillas?
—Está empeñada en que se lo contemos a tu madre. Yo le he dicho que tenías que ser tú quien lo hiciera. No es que piense que no tiene razón, pero creo que tienes que ser tú quien lo haga. Estoy contigo en que son sueños, pero estoy con ella en que de seguir así, te podría afectar, confío en que serás sensata y lo harás tú misma.
—Gracias por tu confianza. —No pude evitar la ironía en mi voz.
—Nora, no te lo tomes así, podría estar una semana enfadada con ella, pero contigo no, y lo sabes.
—Es que no lo entiendo, se toma las cosas de una manera que me pone enferma; de seguir así, será ella la que tenga que ir al psiquiatra.
—Lo hace porque te quiere, y se preocupa por ti.
—¿Ahora la defiendes? —le dije cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Es que en el fondo la quiero un poquito. — Me quedé mirando la mesita del salón, allí estaba la carátula del vídeo club.
—¿Qué película trajo?
Posdata te amo.
—Ah, súper cómica y después soy yo la que necesita terapia. —Magui soltó una carcajada.
—Di que sí. Bueno, voy a hacer palomitas en lo que la reina del humor se termina de duchar.
—Yo voy a buscar los pañuelos, nos va a hacer falta.
Cuando Sendra salió, ya lo teníamos todo dispuesto: las palomitas, las colas y, cómo no, la enorme caja de pañuelos. Se sentó sin decir nada, cogió la cola y se quedó mirando la tele. Le di al play. Visto que no había intención por ninguna de las tres en mantener una conversación. Nadie dijo nada en toda la película; solo se oían los sollozos míos o los de Magui de vez en cuando, mientras sacábamos un pañuelo tras otro. Cuando terminó la película, respiré hondo mientras me secaba los ojos.
—¡Qué triste! —le dije, mientras sacaba un nuevo pañuelo.
—Y, ¡qué romántico!, hay que amar a alguien de verdad para preocuparte, incluso, después de muerto —contestó Magui, en tanto se secaba las lágrimas. Miró a Sendra que dormía como un tronco.
—Y, después te preguntas cómo puede ser tan bestia diciendo las cosas, cómo puede dormirse con esta peli.  Definitivamente, la que tiene un problema es ella. Nora, si no la hubiera visto babear con los musculitos del equipo de lucha, diría que se nos ha colado un chico en el piso.
—Quizás es un chico —dije mirando a Sendra. Y es gay.
—No se me había ocurrido, y es lo suficiente retorcido para ella.
 Me acerqué a ella, moviéndola por el hombro.
—Sendra, Sendra.
—Qué… qué pasa —enfocó los ojos mirándome. Se incorporó bruscamente.
—¿Qué pasa?
     —Venga, grandulona, a la cama.
—Sí, me quedé transpuesta. ¿Estaba bien la película? —dijo, mientras caminaba dando tumbos hasta su cuarto.
—Súper divertida —dijo Magui, alzando un poco la voz para que la escuchara.
—Creo que yo también me voy a la cama. Buenas noches, Magui.
—Buenas noches, Nora, que descanses. Yo recojo esto y también me acuesto.
Me lavé los dientes y fui a mi mesa de estudio a recoger los libros que había dejado tirados por la mañana, los apilé todos como de costumbre. Me dejé caer en la cama, cuando llamaron a la puerta.
—Pasa, está abierto.
Magui entró en la habitación con otra taza en una mano, y un vaso de agua en otra.
—Te he traído otra infusión para que duermas tranquila.
—Gracias, no tenías que molestarte; huele muy bien.
—Siento decirte que su sabor no es tan agradable.
Tomé un sorbo, mi cara se arrugó como si me hubiera chupado un limón.
—Es asqueroso.
—Sí, lo sé, pero dormirás como un bebé. Tómate el agua después de la infusión. Buenas noches  —dijo, dejando el vaso en la mesilla antes de salir.
—Magui.
—¿Sí?
—Gracias.
—De nada, que descanses —dijo cerrando la puerta.
 Me tomé la infusión tapándome la nariz y, acto seguido, di buena cuenta del vaso de agua. Me volví a acostar dispuesta a dormir. El cuerpo reaccionó muy rápido, me fui relajando poco a poco hasta quedar totalmente dormida.


Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

obra completa en:
www.elcorteingles.es

viernes, 10 de octubre de 2014

Capítulo 1

Como les prometí hoy les dejo el primer capítulo espero que lo disfruten.


Nora 


Galway, Irlanda 


El aire frío entra por la ventana del salón, yo estoy en el suelo jugando con unas muñecas sobre una gran alfombra junto al fuego. Mi cuerpo es el de una niña de no más de cinco años. Siento cómo la fresca brisa de la noche me rodea haciéndome estremecer. La señora me sonríe, se levanta y cierra la ventana, 
—Lo siento, cariño, no me di cuenta. —No puedo ver con claridad su rostro, ni el del señor que está a su lado. La ayuda a sentarse acomodando uno de los mullidos cojines en su espalda, colocándose a su lado. Aparta su mirada de ella para posarla en mí. Sonríe diciendo: 
—Tu mamá tiene las hormonas un poco agitadas, mi amor. —Se respira una inmensa paz en el salón. 
—¿Qué son las hormonas?, ¿te pasa algo malo? —pregunto un poco desconcertada—. Pues, no sé si la señora está enferma. 
Ella se pasa la mano por su abultado vientre mientras sonríe; me mira. 
—Cuando tú estabas aquí dentro, no paraba de comer frutos secos. No me ocurre nada, tesoro; es solo que tu hermanito tiene sus propias preferencias, y parece que siempre tiene calor. 
Miro al señor que se reía en ese momento, ella se dirige a mí gesticulando con las manos. 
—¡Me puse enorme! —dijo formando un círculo con sus manos entorno a su cuerpo. 

—Mientes —le dijo besando su mano—. Estabas preciosa. 
—Oh, supongo que eso es amor —le contestó ella sonriendo. 
—Cierto, más del que tengo derecho a pedir —dijo, mientras le rozaba la cara con el dorso de su mano. 
—Supongo que si el antojo esta vez es frío o calor, me ahorrará unas cuantas caminatas en la madrugada —añadió él, en tanto acariciaba su vientre. 
Los dos rieron al unísono. De pronto todo se vuelve frío, ella se pone muy seria con la mirada en ninguna parte, él le sujeta las manos con fuerza y le interroga angustiado: 
—¿Qué pasa, mi amor?, ¿te encuentras bien?, ¿es el bebé? 
Ella corre a mi lado y me abraza con fuerza. Mira al señor que está desconcertado y le dice: 
—No, ya están aquí. —En su voz hay verdadera agonía. Él salta de su asiento corriendo hasta nosotras y pregunta: 
—¿Cuánto tiempo tenemos? —Puedo sentir en las palabras de él angustia y frustración, pero sobre todo, miedo. 
—No sé, cinco minutos, tal vez diez —le contesta aturdida. 
—¿Qué pasa? —pregunto asustada. Ella pasa la mano por mis rizos y me sonríe, pero siento tristeza en su voz. 
—No te preocupes, tesoro; todo saldrá bien. —Él corre hacia las puertas del salón y grita. 
—¡ALICIA! 

Me desperté de un salto, con la respiración agitada y el cuerpo empapado en sudor. Miré desorientada a mi alrededor, esperando encontrarme en el salón con el que tantas veces había soñado. 
Respiré hondo, mientras repetía una y otra vez, no pasa nada, es solo un sueño, solo un sueño. Froté mis ojos intentando borrar la sensación de angustia. Miré el reloj de la mesita. 
—¡Genial!, las cinco y media de la mañana, ya no me quedaré dormida ni en broma —dije en voz alta como si quisiera informar a mi subconsciente de la mala jugada. Salté de la cama dirigiéndome al baño. 
—Me daré una ducha y seguiré estudiando para mi último examen, por lo menos ocuparé el tiempo con algo productivo —dije protestando por lo bajo. Me quedé a medio camino de sacarme la camiseta. “Estupendo, definitivamente estoy volviéndome loca; no bastaba con los sueños, ahora hablo sola”, pensé mientras entraba en la ducha. Dejé correr el agua caliente sobre mi cuerpo, intentando recuperar la calma. 
No me molesté en secarme, me cubrí el cuerpo con el albornoz; con el pelo fui aun menos complaciente, me limité a quitarle un poco la humedad con la toalla. Me enterré en mis libros y, como me suele ocurrir siempre, me perdí en el tiempo, no fui consciente de este hasta que llamaron a la puerta. 
—¿Sí? —Magui abrió la puerta con su sonrisa deslumbrante. 
—Buenos días —dijo cambiando la sonrisa por una mirada de espanto—. Chica, estás horrorosa, ¿otra pesadilla? 
—¡No!, en realidad es la misma de siempre. La verdad, ya empieza a preocuparme, quizás debería ir a alguna terapia. 
—Oh, vamos, no es para tanto, solo son sueños y, además, ya podría ver los titulares de la prensa del instituto. ASPIRANTE A PSIQUIATRA EN CONSULTA DE LOQUERO —dijo riéndose, mientras alzaba las manos como si sostuviera el titular. Su risa era una de las pocas cosas que me reconfortaba después de una noche de 

perros. Se acercó con sus movimientos de bailarina y su rostro travieso, salteado con diminutas pecas; los enormes ojos azules y su rubia melena le daban un aire de paz y tranquilidad. Aunque era muy bajita, su cara y su cuerpo estaban en absoluta armonía; sin embargo, ella se empeñaba en buscarse algún defecto. Tomó un mechón de mis pelos y dijo: 
—¡Por todos los Santos!, ¿qué le has hecho a tus pelos? 
—La verdad, hacerles no les hice nada, los sequé un poco con la toalla y los dejé tal cual —le dije restándole importancia. 
—Tal cual hubiera pasado un tornado por ellos —contestó, mientras se dirigía al baño. Cogió mi bolsa de aseo, se acercó y comenzó a peinarme. 
—No sé, Nora, le das demasiada importancia a tus sueños, llevamos todo el mes con los finales, y te mueres de ganas de estar con tu madre; esto son solo sueños asociativos. 
—Te recuerdo que soy hija única, y que no llegué a conocer a mi padre —le dije cerrando el libro. 
—Sí, por eso lo digo. Mira, plantéalo así: el que la señora esté embarazada yo lo veo como una señal de lo que te hubiera gustado. El que aparezca el señor es la pena que sientes por no haber conocido a tu padre. En el sueño tú te representas como una observadora, pero ellos te implican como hija suya. Es como si tu subconsciente quisiera formar una familia ideal. 
—Mi familia ya es ideal; bueno, tengo una madre ideal. 
—¡Exacto! una madre ideal, no una familia ideal; reconócelo, te hubiera gustado un padre al que adular y cuatro hermanos a los que mortificar. 
—Eso no te lo voy a discutir. Bien sabe Dios que llegué a hacer de casamentera con mi madre. 
—¡Eh!, eso no me lo habías contado, ¿qué ocurrió? 

—Que mi madre juró meterme en un internado si continuaba con la idea —le dije, girándome para ver su cara. Magui arrugó la nariz. 
—¿Tan mala eras? 
Volví a acomodarme en la silla para que continuara con el pelo mientras le decía: 
—¿Bueno?, digamos que un día al salir del colegio, vi a un vagabundo durmiendo en unos cartones en la calle. De pronto se me ocurrió, “si este hombre se casa con mi madre, ella tendría un marido, yo un padre, y él un hogar”. Así que me lo llevé a casa a cenar. 
Magui soltó una risotada, la miré con cara muy seria, se cayó de inmediato, se aclaró la garganta antes de continuar. 
—Bueno, ¿y en qué internado te puso? Ahora eran auténticas carcajadas. 
—Muy graciosa. Si lo hubiera dejado entrar, igual ahora sería la señora de alguien. 
—La verdad, Nora, no veo a tu madre siendo la señora de nadie, ella es muy feliz estando pendiente de ti. Bueno, esto ya está —dijo poniendo la última horquilla. Fui al espejo, aunque sabía de antemano que sería una obra de arte. 
—¡Cielo santo, Magui!, cómo puedes hacer esto con solo un cepillo y un par de horquillas. Si el periodismo termina por aburrirte, siempre te podrás ganar la vida como peluquera. 
Había recogido el pelo por los lados con diminutas trenzas, dejando la cara al descubierto y una cascada de rizos en la parte de atrás, que llegaba hasta la mitad de la espalda. 
—Mi madre siempre dice que con mis gustos por la ropa, me tengo que casar con un millonario, o busco una profesión con la que pueda pagar mis caprichos, y dado que el matrimonio no es una de mis prioridades en este momento, me quedo con el periodismo, es más subrayo —dijo haciendo una línea imaginaria en el aire. 

—El matrimonio no es una opción, no me apetece tener que lidiar con vagabundos en casa. 
—Muy graciosa —le contesté, mientras me ponía una falda marrón y un suéter en pico blanco. 
—¿Qué tal? 
—Como la más hermosa de las princesas, pero te falta algo. Abrió mi pequeño joyero y sacó un colgante en forma de concha, lo colgó en el cuello, mientras decía: 
—Si el examen de Historia de hoy se te tuerce, siempre podrás guiñarle el ojo al profesor Campbell. —No pude evitar el escalofrío. 
—En ese caso, me ingresaré yo misma en un internado. 
—¿Ves?, no estás loca del todo, ¿desayunamos?, por ahí abajo huele de maravilla. 
Bajamos la escalera en tanto Magui parloteaba de unos vestidos que había visto en el centro comercial. Me los describía con todo lujo de detalles, estaba completamente segura de que sería una fantástica periodista, sabía conjuntar las palabras tan bien como su armario. 
Entramos en la pequeña cocina, estaba inundada por una combinación de exquisitos aromas. En el fuego estaba Sendra, mi otra compañera de piso; se veía majestuosa con cualquier cosa que se pusiera. 
Con su metro ochenta de estatura, quedaba muy lejos de parecer descomunal. Sus largas piernas perfectamente modeladas terminaban en unas caderas redondeadas, hasta una cintura estrecha; su cara era una de esas bellezas que no pasan inadvertidas, de piel dorada, grandes ojos negros y labios carnosos, enmarcados por su larga melena negra como la noche. Me recordaba a esas modelos exóticas de portada de revista. No era de extrañar que todos los chicos del instituto se pararan para verla pasar; los más atrevidos se acercaban con el fin de invitarla a salir, sin éxito. Su carácter era más reservado que el de Magui, siempre decía lo que pensaba. Desde luego no era de 

las personas que dijeran lo que tú quisieras oír en un momento de depresión, pero era reconfortante saber que cuando querías que te adularan tenías a Magui y cuando lo que necesitabas era una dosis de realidad contabas con Sendra. Cuando dejáramos nuestro pisito de estudiantes, las echaría mucho de menos, y sin quererlo ya lo estaba haciendo. 
—¡Eh, grandullona!, ¿qué tenemos para desayunar hoy? 
Sendra giró su hermosa cara y me sonrió, continuó dando vueltas a algo en el fuego. 
—Tortitas, queso, panecillos de sésamo, mermelada de frutos del bosque, zumo de naranjas y café, pero quizás es demasiada comida para un ser tan minúsculo como tú. 
—Y, ¿qué hay de los huevos revueltos? —le dijo Magui mientras se sentaba. Sendra puso los ojos en blanco. 
—Yo no pienso guisar un feto, pero si no temes manchar tu estupendo conjunto, ¡tú misma! 
—Vamos, Sendra, tú, como futura veterinaria, deberías saber que un huevo es una célula, no un feto. 
—Empolla uno de esos huevos veintiún días; ya me contarás en que se convierte tu célula. 
—Venga, chicas, ¿es que todas las mañanas vamos a tener la misma discusión? 
—No, si Dios quiere, algún día viviré lo bastante lejos de esta diminuta cosa, para no tener que discutir más. 
—Te llamaré todas las mañanas —dijo desafiándola. 
—No pondré teléfono. 
—¡Vamos, Sen!, pero si me adoras… 
—Cierto, pero eso no quiere decir que me gustes —le contestó con su espectacular sonrisa, mientras nos acompañaba a la mesa. 

—Bueno, y ¿qué planes tiene para pasado mañana nuestra futura chica mayor de edad? 
—¡Uff!, mi cumpleaños, se me había olvidado. Mi madre llamó ayer, va a venir a pasar el día conmigo. 
—¿Que Ros va a venir hasta aquí? —Sendra se quedó mirándonos con los ojos desorbitados. 
—Eh, todos los días las hijas no cumplen los dieciocho. 
—Sí, claro, simplemente me sorprendió. Como siempre lo celebran cuando vuelves a casa en verano… 
—Ya, la verdad es que a mí también me sorprendió un poco. Hemos quedado en el Calipso; me encantaría que nos acompañaran. 
—Genial, me encantan las tartas del Calipso —dijo Magui con su voz cantarina. 
—Si quieren, yo podría cocinar algo, y hacemos una fiesta íntima en casa. 
—Gracias, Sendra; eres muy amable, pero ese día quiero que lo disfrutemos todas. 
—Perfecto, y pasando a otra cosa —dijo Magui saltando de su silla. 
—Se nos va a hacer tarde. 
Fuimos andando hasta el instituto. Como siempre, Magui continuaba parloteando, ahora del desfile de modas que vio en la televisión la noche anterior, de la armonía de los diseños, de cómo los diseñadores habían sacado partido de los complementos, y de la explosión de color de los modelitos. Sendra continuaba sin decir nada. Tenía la mirada perdida en el horizonte; entre sus cejas se marcaban unas pequeñas arrugas, parecía como si algo le preocupara y quisiera ver el qué, en la distancia. 
El examen fue más sencillo de lo que esperaba. Sendra fue la primera en salir de clase, su rostro seguía preocupado. Magui no tardó 

mucho en seguirle los pasos, siempre me ha sorprendido la rapidez con la que escribían. Terminé el mío y salí a reunirme con ellas. Las clases no habían concluido, con lo que el instituto tenía un aspecto desolador; bajé las escaleras esperando encontrármelas en la zona de recreo. No había nadie. 
El día era cálido, me tendí en el césped, el olor de los pinos inundaban el aire, y la suave brisa lo hacía aún más agradable. Supuse que las chicas habrían ido a tomar algo en la cafetería. Por un momento pensé en acercarme, pero estaba tan a gusto que me dejé llevar un poco. Por fin, he terminado el instituto, no me lo podía creer. Cerré los ojos dejando que el sol me diera en la cara, mi cuerpo se fue relajando poco a poco. De pronto, el sol se ocultó, y comencé a sentir frío; me incorporé, el césped estaba cubierto por una densa niebla, me apoyé sobre los codos, miré a mi espalda. El instituto estaba cubierto por una espesa hiedra que cubría las puertas y ventanas. 
Me puse en pie lentamente, comencé a caminar muy despacio, desconcertada; no, la palabra era aterrorizada. El corazón me latía fuertemente en el pecho, intenté respirar hondo para calmarme y encontrar lógica a todo aquello, pero el aire apenas entraba, provocándome un jadeo doloroso. Lo que antes eran unos hermosos pinos, se fueron convirtiendo en un espeso bosque. Ante mi atónita mirada, el instituto ya no estaba ahí. Con pies temblorosos caminaba mirando en todas las direcciones, intentando buscar algo familiar, algo que me orientara, pero el bosque se cerraba cada vez más; apuré el paso con una gran opresión en el pecho. De entre los gruesos árboles comenzaron a salir sombras que se movían a gran velocidad, giraban a mi alrededor ocultándose nuevamente en otros árboles. Sin dejarme distinguir quiénes o qué eran, una vocecilla en mi cabeza empezó a gritarme. 
—Corre, Nora; no te pares, corre, no mires atrás. 
Por instinto hice caso a esa voz que latía en mi cabeza, a la misma velocidad que mi corazón. 
—No mires, Nora, corre, corre… 

No podía. La angustia superaba el instinto, aunque sabía que el mirar atrás aminoraba la carrera. Giré la cabeza mientras corría; detrás de mí, a pocos pasos, estaba un hombre, muy alto y, aunque no veía su rostro por la oscuridad, pude distinguir el brillo de sus dientes en tanto sonreía. Estaba a punto de desvanecerme, el aire me faltaba, pero aun así, apuré la carrera. La holgada falda se enganchó en una rama, tiré de ella con fuerza, desgarrándola. 
La sonrisa del hombre se convirtió en una sonora carcajada que retumbó en todo el bosque. No podía ser, yo corría como una posesa mientras él caminaba detrás de mí, sin lograr ampliar la distancia entre nosotros. Tropecé en una rama cayendo en el suelo, me quedé paralizada; entretanto la vocecilla gritaba histérica. 
—Corre, corre, corre. 
No podía, temblaba de pánico, mi cuerpo parecía una frágil hoja azotada por el viento, me fui arrastrando en un intento por huir. Cuando se acercó, se quedó por un momento quieto con la cara ladeada y una sonrisa triunfal. 
—¿De veras pensaste que podías huir de mí?, ¿Tan estúpidos son tus guardianes, que creían poder burlarme, mi querida Nora? 
Su carcajada fue aún mayor, apreté las mandíbulas en un intento de parar el temblor que me recorría el cuerpo, mi garganta estaba seca por el pánico. 
—¿Quién…eres?, ¿qué… quie…res… de mí? 
—A ti, Nora, te quiero a ti, ya es hora de que pagues por lo que has hecho. 
Las lágrimas empezaron a surcar mi cara, cuando él estiró su mano para sujetarme por los hombros. 
—Nora, Nora. 
“¡Dios!, es la voz de Sendra; si no corro, la matará a ella también”. Miró hacia atrás, volvió a mirarme otra vez; con ojos de hielo y voz áspera, dijo: 

—Tendremos que continuar esta charla en otro momento. 
Rozó mi cara con su mano, cerré los ojos con fuerza intentando ahogar un grito, sentí cómo pasaba las manos sobre mis hombros. Comenzó a zarandearme, abrí los ojos con fuerza, sentándome de golpe, miré angustiada a mi alrededor. Todo estaba claro, el cielo lucía de un azul perfecto, mientras unas nubes danzaban perezosas en él. El aire era otra vez cálido, los pinos estaban en su lugar, Sendra continuaba zarandeándome con fuerza. La miré a la cara, su piel dorada estaba de un color ceniciento. 
—Nora, ¿qué te pasa?, ¿estás bien? 
—Estaba en un bosque, yo quería correr, pero no podía. 
Me abracé a ella y comencé a llorar, no podía contarle el sueño, no en este momento. En mis pesadillas siempre aparecía como una niña pequeña; esta vez era diferente, era yo quien estaba en peligro, mi yo actual. Un grupo de compañeros habían formado varios coros a nuestro alrededor, vi cómo Magui corría hacia nosotras. 
—¿Qué pasa?, ¿estás bien? 
—No, Magui, no está bien. Vamos a tener que hablar con Ros de esto. —Magui me cogió las manos. 
—Estás helada, vamos a casa, ya verás que todo pasa, cielo. ¡Vamos! —dijo Magui tirando de mí. 

Texto con derechos de Autor. GC-576-13

ISBN: 978-84-616-7818-8 
ISBN: 978-84-616-7527-2 

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